Viernes, 26 de Abril 2024
Suplementos | XXII Domingo ordinario

Humildad: La actitud más apropiada

Cristo nos enseña a reconocer nuestras deficiencias y poner nuestros talentos al servicio de los demás

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido». WIKIMEDIA/«La parábola de los convidados a la boda», de Goya

«El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido». WIKIMEDIA/«La parábola de los convidados a la boda», de Goya

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ecco 3, 19-21. 30-31.

«Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad
y te amarán más que al hombre dadivoso.
Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas
y hallarás gracia ante el Señor,
porque sólo él es poderoso
y sólo los humildes le dan gloria.

No hay remedio para el hombre orgulloso,
porque ya está arraigado en la maldad.
El hombre prudente medita en su corazón
las sentencias de los otros,
y su gran anhelo es saber escuchar».

SEGUNDA LECTURA

Hb 12, 18-19. 22-24.

«Hermanos: Cuando ustedes se acercaron a Dios, no encontraron nada material, como en el Sinaí: ni fuego ardiente, ni obscuridad, ni tinieblas, ni huracán, ni estruendo de trompetas, ni palabras pronunciadas por aquella voz que los israelitas no querían volver a oír nunca.

Ustedes, en cambio, se han acercado a Sión, el monte y la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a la reunión festiva de miles y miles de ángeles, a la asamblea de los primogénitos, cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el juez de todos los hombres, y a los espíritus de los justos que alcanzaron la perfección. Se han acercado a Jesús, el mediador de la nueva alianza».

EVANGELIO

Lc 14, 1.7-14.

«Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:

“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”».

La prioridad

Muchas veces, cuando nos proponemos a hacer algo de buena manera, prestar un servicio, hacer algún tipo de estudio, trabajar, etcétera, nos proponemos “ser el mejor” en aquello que comenzamos. A veces incluso nos proponemos hacerlo en situaciones que se nos imponen. Queremos ser “el mejor padre” para los hijos, el mejor vendedor, el mejor estudiante. Se nos puede decir, además, que no tiene nada de malo buscar “ser el mejor” en todas esas actividades. ¿Qué dice de todo esto el Evangelio?

Los fariseos preguntan a Jesús qué hay que hacer primero: socorrer al prójimo o cumplir con la ley de Dios (que marca que no se puede socorrer al prójimo en sábado). Cuando Jesús ve que la gente busca los primeros lugares en un banquete, tiene su ejemplo perfecto: si tu deseo es sobresalir (ser el mejor padre, ser el más religioso, ser el más servicial), entonces no estás en la lógica del Reino de Dios. Parece paradójico, pero así es: al querer ser el mejor servidor de los hijos, el vecino más atento, la persona más amable, todas esas cosas siempre se tratan de tu propia persona; es como si Jesús dijera que “el Reino de Dios no se trata de ti, no se trata de salvarte a ti mismo”. Y cuando Jesús habla de invitar a un banquete a quienes no tienen posibilidad para corresponder de igual manera, indica bien cuál es la prioridad para Dios: hay que servir a quienes no pueden servirse por sí mismos. Aquellos que no pueden devolver el favor.

¿Quiere decir que hay que trabajar gratuitamente para aquellos que no pueden pagar el precio de nuestros servicios? Muy probablemente, el Evangelio no quiere decir eso, pero sí pone a quienes no pueden pagar el servicio como ejemplo de dónde debe estar tu prioridad: fuera de ti mismo, con otros que te necesitan. De otra manera, tu servicio siempre te tendrá a ti mismo como centro. Así, querer ser el mejor sería un gran fracaso: queriendo salir de ti mismo para servir a otros, no habrás llegado ni a la puerta.

No ponernos en el centro. Una metáfora muy sencilla para indicar una realidad muy compleja.

Rubén Corona, SJ - ITESO

“Humildad: La actitud más apropiada”

La palabra humilde proviene del latín humilis, que a su vez se deriva de humus: tierra. El que es humilde es aquel que está al ras del suelo. Humilde es aquel que de manera sabia y real reconoce la distancia que lo separa de su Creador.

En estos días, siempre es atractivo ocupar los primeros puestos, el éxito de los triunfadores se va convirtiendo en un padrón de conducta. Pero esta conducta no es nueva. También los discípulos de Jesús, al principio de su respuesta, ambicionaban ocupar los primeros puestos en lo que ellos entendían por el reino del mesías. El Señor tuvo que recordarles que aquel que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos.

Lo que el Maestro pedía para cada uno de sus discípulos lo vivía en carne propia. “Cristo, siendo de condición divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”.

Esta conducta de Jesús, llena de humildad y servicio, resulta rara e incómoda para la mentalidad de hoy, donde la contabilización del mérito es indispensable para recibir la recompensa y el ascenso. La humildad no es una virtud con alta demanda. El hombre de hoy cree que su dignidad y valor son menos por practicar la humildad.

Muchos consideran que la humildad es una virtud arcaica, pasada de moda, apta para aquellas personas “apocadas”, sin aspiraciones en su vida. No hace “match” con la psicología agresiva y de triunfador que el hombre de hoy necesita para hacerse valer en la vida.

La humildad evangélica no disminuye la vida del hombre, lo sitúa en el lugar que le corresponde. Lo hace reconocer la grandeza de su origen. Le ayuda a entrar en relación con sus semejantes, saber estar y vivir con los otros, caminando en verdad y en sencillez de lo que son, reconociendo sus deficiencias y poniendo al servicio de los demás sus talentos, al puro estilo de Jesús.

El Señor nos invita a seguir su ejemplo, en el que revela cómo es Dios: Él congrega a los marginados y excluidos, los sienta en su mesa. Pide un cambio de mentalidad que consiste en la gratuidad del amor desinteresado, tal como Él lo practicó en su vida y predicó cuando señalaba las bases del Reino de Dios, que había que construir. Este es el contraste y el escándalo para muchos cuando no entienden que imitar al Maestro es poner nuestra mesa a disposición del necesitado, pobres, cojos, mancos o ciegos, ya que Él se despojó de su rango, como señala Pablo el apóstol converso, y se hizo el último y el servidor de todos. Así nos dio ejemplo de cómo la humildad debe ser la actitud más apropiada para el seguidor de Jesús.

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