Viernes, 26 de Julio 2024
Suplementos | VII Domingo de Pascua

Fiesta de la Ascensión

Con su resurrección, Jesús da paso adelante y definitivo a la Vida Eterna y Gloriosa junto al Padre; por esta verdad todos sus seguidores conocemos nuestra morada eterna, nuestra meta final

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». WIKIMEDIA/«Ascensión de Cristo», de Benvenuto Tisi da Garofalo

«Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». WIKIMEDIA/«Ascensión de Cristo», de Benvenuto Tisi da Garofalo

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Hch 1, 1-11.

«En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.

Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: “No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”.

Los ahí reunidos le preguntaban: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús les contestó: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”.

Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”».

SEGUNDA LECTURA

Ef. 1, 17-23.

«Hermanos: Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que les conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo.

Le pido que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que confiamos en él, por la eficacia de su fuerza poderosa.

Con esta fuerza resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, y por encima de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro.

Todo lo puso bajo sus pies y a él mismo lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, y la plenitud del que lo consuma todo en todo».

EVANGELIO

Mt 28, 16-20.

«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.

Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”».

Fiesta de la Ascensión

Hemos llegado a la solemne Fiesta de la Ascensión del Señor de la que podemos resaltar y subrayar un aspecto muy importante, trascendental, del Misterio Pascual: la muerte y resurrección de Jesucristo. Cada domingo, al hacer la profesión de nuestra fe, decimos: “subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”. La Ascensión del Señor no es un simple cambio de lugar; se trata de un cambio en su existencia. Jesús acaba su vida en la tierra y vuelve al Padre. Su resurrección no fue una vuelta a la vida anterior, no fue un paso atrás, sino un paso adelante y definitivo a la Vida Eterna y Gloriosa junto al Padre.

Por esta verdad todos los seguidores de Jesús conocemos nuestra morada eterna, nuestra meta final: estar donde está Jesús. Es nuestro sueño y nuestro destino. Es un hecho innegable que todos los seres humanos tenemos y sentimos ese “deseo del cielo”; aspiramos a estar en la gloria, a vivir en la gloria. Así lo expresamos en nuestros mejores momentos cuando decimos: “esto es la gloria”.

El evangelio de San Mateo que hoy se proclama nos sitúa en Galilea; lugar que manifiesta que Dios sigue estando y haciéndose presente en los lugares donde se desenvuelve nuestra existencia, y en la vida de cada día. Galilea fue el escenario del encuentro y el llamado de los primeros discípulos del Señor. También es el lugar donde son convocados para encontrarse con el Resucitado.

Jesús se despide de sus discípulos y les recuerda la síntesis de su evangelio. Les manda, les envía a predicar y a hacer discípulos a todos, con una promesa maravillosa: “Yo estaré con ustedes todos los días…”. La actitud de los apóstoles, ante la partida del maestro, en esta ocasión no es de tristeza. Ahora manifiestan alegría por el don que les deja: la promesa del Espíritu Santo; y una tarea: ser sus testigos hasta los confines del mundo.

Así pues, la Ascensión del Señor nos ha de colmar de esperanza, da plenitud a la alegría pascual, porque Jesús nos abre el camino para el cielo. Se fue a la casa del Padre a prepararnos una mansión eterna; así lo expresamos en la liturgia propia de difuntos: “adquirimos una mansión eterna en el cielo”.

La Ascensión de Jesús al cielo constituye el fin de la misión que el Hijo ha recibido del Padre y el inicio de la continuación de esta misión por parte de la Iglesia, que durará hasta el final de la historia y gozará de la ayuda del Señor resucitado.

A veces nos puede la debilidad, nuestras limitaciones… Pero contamos con su gracia, con la garantía de su presencia. No nos deja solos. El Padre y Él se quedan con nosotros y con su Espíritu hacen morada en nosotros, en nuestra vida, en nuestro mundo.

Así podemos decir que el cielo está aquí en la tierra, donde Él está y se ha quedado para siempre. Mirar al cielo es mirar a la tierra. Ascender es también crecer, ir hacia arriba, huir de lo vulgar y mediocre; es soñar, aspirar a la plenitud en lo más humano, que es lo más divino que somos cada uno de nosotros.

Mirar al suelo

Fuerzas que componen y fuerzas que descomponen pasan a nuestro lado, se incrustan y surgen; van, vuelven, transitan entre mundos hechos de estratos, se ensamblan, se diluyen, se compactan en territorios que luego se desbaratan y se vuelven a armar. Están ora en movimiento, ora en reposo. Alternan sin concertarse días de agitación y momentos de calma. A veces hay quienes con facilidad andan entre los diversos mundos, hacen de traductores para la multiplicidad de naturalezas en que nos constituimos.

Pero una voz lanza una alerta: mirar es bueno, pero quien se queda mirando puede ser que termine por cerrar los ojos a la diversidad que hoy acontece a su lado. Las carreteras, las centrales de autobuses, las calles, los espacios, se van poblando de otras naturalezas que suelen asustarnos. Esta conjunción de voces, algarabía de idiomas y generosidad de las miradas, nos recuerdan que las fronteras y las clasificaciones se impusieron para romper los movimientos y hacer prevalecer los intereses particulares en detrimento de los intereses colectivizados.

Lo anterior se me ocurre después de escuchar por diversos lugares frases que me hacen temer que ha ganado la batalla la narrativa de la escasez. Vuelvo a una de mis obsesiones: ¿es cierto que no alcanza lo que hay? ¿No será que alguien ha estado llenando sus bodegas y administra la escasez para financiar sus ambiciones? Así pasa con el agua, así pasa con los espacios en que nos movemos, con la tierra y sus paisajes, con el dinero fetichizado e incluso con los llamados valores.

Acumular, siempre acumular; tal parece ser la consigna de la época. En su nombre se mueven intereses reales y ficticios, como juegos de sombras que nos divertirían si no supiéramos que terminan por territorializarse y asestar golpes tan parecidos a los que César Vallejo confundió con “la ira de Dios”.

José Rosario Marroquín, SJ-ITESO

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