Miércoles, 01 de Mayo 2024

Nos parecemos tanto...

El rechazo a la migración crece aceleradamente en México

Por: Enrique Toussaint

Donald Trump, dijo en franco agradecimiento a México: “nunca nos imaginamos que desplegaran a 21 mil soldados, pensamos que iba a ser un número más pequeño”. EL INFORMADOR / ARCHIVO

Donald Trump, dijo en franco agradecimiento a México: “nunca nos imaginamos que desplegaran a 21 mil soldados, pensamos que iba a ser un número más pequeño”. EL INFORMADOR / ARCHIVO

En una década, la percepción de los mexicanos sobre la migración se alteró de forma dramática. Recuerdo, hace no mucho, cómo Vicente Fox se quejaba del trato que recibían los mexicanos en Estados Unidos. Crecimos con las escenas de texanos incivilizados que tomaban su rifle con la esperanza de cazar a algún migrante que huía de la pobreza y la exclusión en México o América Central. Tal vez era una ilusión, pero en los anaqueles de la historia diplomática mexicana pesaba el exilio español, las olas de migrantes que llegaban a México corriendo de cruentas dictaduras o el papel de nuestro país en la pacificación del Salvador o Nicaragua. Todos nos querían porque los mexicanos siempre recibíamos, éramos cálidos y con un profundo sentido de humanidad. El tiempo borró ese retrato.

En 2010, si revisamos el apartado sobre migrantes de la Encuesta Nacional de Discriminación (Enadis), nos daremos cuenta de la apertura de los mexicanos al migrante y al otro distinto. Imagine usted: 58% de los mexicanos estaba dispuesto a recibir migrantes en su propia casa. Y la cifra superaba 60% si nos centrábamos exclusivamente en adolescentes y jóvenes de entre 12 y 29 años. Para casi la mitad de los mexicanos, en aquellos ayeres, lo que el Gobierno mexicano debería hacer era crear puestos de empleo para los migrantes que cruzaban o venían a nuestro país. No sé qué tan hipócritas éramos -ya que no nos encontrábamos en la actual situación- pero todos los barómetros coinciden en la tremenda apertura a los migrantes y el entendimiento de su condición. Nos asumíamos como una nación de migraciones y nos identificábamos en aquél que debía dejar su casa buscando un mundo mejor.

En 2019, la fotografía es otra. En México se extiende frenéticamente el rechazo al migrante, particularmente centroamericano. Citemos dos encuestas, El Financiero (20 de junio de 2019) y Reforma (17 de julio de 2019). En la primera, 63% de los mexicanos cree que sólo se puede lidiar correctamente con la migración “cerrando la Frontera Sur”. Un apoyo que ni Donald Trump tiene en Estados Unidos. Y tres de cada cuatro connacionales considera que “hay que deportar a todo aquel centroamericano que cruce sin papeles por territorio mexicano”. No tan lejos está el estudio que presentó Reforma: 55% considera que deben ser deportados todos los centroamericanos que esperan en territorio nacional por una definición sobre su solicitud de asilo. La criminalización corre por la misma vía, cuatro de cada 10 creen que la llegada de migrantes incrementa los delitos.

Los datos antes referidos ilustran cómo México se ha convertido en un país más hostil a la migración que la Unión Americana. De acuerdo con el histórico de Gallup, 76% de los estadounidenses considera que la migración es “positiva”. 55% considera que los migrantes ayudan a la economía y 60% se opone a la idea de seguir construyendo un muro en la frontera con México. En el mismo sentido, 61% se opone a la idea de expulsar a los migrantes que viven ilegalmente en su país. No hay duda, los datos no mienten, la sociedad mexicana se ha vuelto profundamente conservadora cuando se habla de migración y fronteras. Lo que resulta paradójico en este país en donde sólo 0.99% de su población nació en el extranjero.

Empero, como en casi todos los contextos, no estamos hablando de xenofobia pura y dura. No es que a los mexicanos nos molesten todos los migrantes o extranjeros. El cambio de postura en México se debe al incremento de las olas migratorias provenientes de América Central y su mediatización a través de las caravanas. Digámoslo con crudeza: el rechazo es al migrante pobre. Al extranjero necesitado. Eso tiene un nombre acuñado por la filósofa Adela Cortina: Aporofobia. Así la define la Real Academia Española: fobia a las personas pobres o desfavorecidas. ¿Verdad que no hemos visto grandes gestos xenófobos contra los canadienses o estadounidenses retirados que viven en Puerto Vallarta o Ajijic? Más de 250 mil. Y son la mayoría de los inmigrantes que habita en nuestro país: más o menos las dos terceras partes del millón y medio de extranjeros que residen en México.

La aporofobia viene envuelta en muchos pseudoargumentos. Por ejemplo, “estoy en contra de que el Gobierno ayude  los migrantes centroamericanos porque primero debería apoyar a los de aquí”. México, first. “Los centroamericanos provocan delitos, violaciones y asaltos”. “Ya tenemos suficientes problemas en México como para ocuparnos de los problemas de otros países”.  “Nadie tiene derecho a violar la ley, si quieren migrar que lo hagan de forma legal”. Y un larguísimo etcétera que leemos en redes sociales, escuchamos en cafés o atestiguamos en medios de comunicación.

El problema es que, suponiendo que fueran argumentos genuinos, ¿por qué sólo se utilizan para señalar al migrante centroamericano? ¿Sabrán que en torno al 90% de los estadounidenses que viven en México lo hacen de forma irregular? No se juzga con la misma vara de medir por una simple razón: lo que se criminaliza es la pobreza, no el origen.

López Obrador tuvo un discurso conciliador con los migrantes y ha sido ambivalente en su programa migratorio. Como casi siempre, atinó en el diagnóstico: sólo se puede combatir la migración generando mejores condiciones de vida en los países de origen. Combatiendo la violencia en El Salvador o en Honduras. También dio un paso importante para inyectar recursos en forma de ayudas para el desarrollo en estos países. Sin embargo, nada detuvo la militarización y el control obsesivo de la Frontera Sur. Lo decía Donald Trump, en franco agradecimiento a México: “nunca nos imaginamos que desplegaran a 21 mil soldados, pensamos que iba a ser un número más pequeño”.

Es cierto que no hay un discurso desde la Presidencia que criminalice al migrante -actitud que celebro-, sin embargo la militarización de la frontera camina en sentido inverso a lo que alguna vez defendió el actual mandatario.

Hace tres años, Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos y nos escandalizamos. Nos parecía increíble que un pueblo eligiera a un racista confeso como su mandatario. Sin embargo, buena parte de la sociedad americana ha sido un dique frente a la involución que plantea el magnate. Las ciudades, el feminismo, las minorías, los gobernadores, las organizaciones sociales, los periódicos, las universidades. Todos han sido grandes contrapesos que han evitado peores consecuencias para los migrantes, las libertades y los derechos humanos en Estados Unidos. Sin embargo, en México parece que esos diques no son tan vigorosos. Por el contrario, parece haber una mayoría de mexicanos que no quiere saber nada de las migraciones y prefiere deportaciones en caliente. La xenofobia, pero sobre todo la aporofobia, se han vuelto comunes en un país que defendía con orgullo su vocación de tolerancia, refugio y acogida del pasado. Es la victoria cultural de Trump. Nos volteamos a ver al espejo y nos parecemos mucho a quien decíamos detestar.

Tapatío

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