Viernes, 26 de Abril 2024

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La era de la desobediencia

La crisis de la democracia representativa está convocando a multitudes a las calles

Por: Enrique Toussaint

En el último mes, las protestas han convocado a millones de ciudadanos en varias partes del mundo y últimamente más en América Latina.  EFE

En el último mes, las protestas han convocado a millones de ciudadanos en varias partes del mundo y últimamente más en América Latina. EFE

Hong Kong, Ecuador, Chile, Cataluña, Bolivia y Colombia. En el último mes, las protestas han convocado a millones de ciudadanos. El origen fueron las sui generis manifestaciones en el ex territorio británico. Hong Kong simbolizó una nueva forma de entender la desobediencia civil. Concentraciones de días enteros, moviéndose al margen de la ley, y llevando a las autoridades al filo del enfrentamiento. China no intervino para barrer al movimiento, temió lo que hubiera supuesto un baño de sangre asimilable a la represión de 1989 en la Plaza de Tiananmén. Hoy, los habitantes de la ciudad autónoma no se conforman con el retiro de la ley que avalaba las extradiciones y la sumisión al control judicial de China, sino que reclaman reformas democráticas profundas. Las urnas, que se colocan este domingo, pueden definir un Hong Kong muy distinto al del pasado.

Ecuador, Chile y Colombia ardieron por razones similares -en apariencia. Decisiones de gobiernos que caminan en contrasentido de la justicia social. En Ecuador, el retiro abrupto de los subsidios a los energéticos y la rebelión de los colectivos agrupados en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Y la deriva del Gobierno de Lenin Moreno rumbo al desmantelamiento del modelo social y económico impulsado por Rafael Correa. Las protestas lo detuvieron. En Chile, el cerrillo es la desigualdad, pero la chispa fue el incremento en el costo del transporte público y la insensibilidad de la respuesta gubernamental. Ese Chile exitoso, ampliamente divulgado como la senda a seguir, entró en francas contradicciones.

Colombia entró en paro nacional en esta semana. Las protestas, y algunos hechos de vandalismo, supusieron el decreto de toque de queda en la capital Bogotá y en ciudades importantes como Cali. Cientos de miles de colombianos salieron a protestar, hubo “cacerolada” y grandes concentración en viejos cotos del uribismo. Detrás de las protestas existen señalamientos al Gobierno de Iván Duque y su permeabilidad a aplicar políticas públicas que desmantelan los derechos sociales. El riesgo de que Duque elimine el fondo estatal de pensiones Colpensiones y aumentar la edad de jubilación. La falta de inversión en la educación pública o la falta de cumplimiento de los acuerdos de paz, son razones que explican el descontento con el mandatario colombiano. Duque anunció un conversatorio nacional para encauzar el conflicto político.

Tras todos estos movimientos, a los que hay que incluir las protestas en Bolivia contra el fraude electoral o la indignación en Catalunya por la sentencia que condena a los líderes del proceso independentista a casi cien años de prisión, uno se pregunta: ¿qué pasa en el mundo? ¿A qué época estamos asistiendo? ¿Son manifestaciones coincidentes o síntoma de algo más profundo que está mostrando su rostro?

Primero, sí entramos a una nueva etapa en donde las movilizaciones políticas serán más la regla que la excepción. Las redes sociales, como ocurrió en la Primavera Árabe, son instrumentos que permiten articular movimientos políticos en instantes. No se necesitan grandes inversiones para poner en marchar canales de telegram, páginas de Facebook o cualquier otro dispositivo en red que canalice el descontento. Como escribió Moisés Naím: el poder ya no es lo que era. Ya no se necesitan partidos políticos de masas o sindicatos hegemónicos que sirvan de conducto. Incluso en Colombia, un país francamente desmovilizado por décadas, hoy 7% de los ciudadanos expresan haber asistido a una protesta en el último año. La calle y las redes sociales comienzan a generar un tándem difícil de detener para los gobiernos.

Segundo, llegamos al final de una era individualista, sostenida por el predominio del credo neoliberal, y entramos a una época que vuelve a reconocer la importancia de lo público y el interés general. No es una especulación mía: las nuevas generaciones, los menores de 35 años, tienen más sentido de lo común que sus padres. Son el grueso de quien se manifiesta: los jóvenes que sienten que no hay futuro. Los milenials (nacidos entre 1981-1994) o , lo dicen las encuestas, incluso la generación Z (1995-2002) tienen más conciencia de la importancia de decisiones colectivas en materia de medio ambiente, educación, salud o mercado laboral. El péndulo que nos llevó a un mundo extremadamente individualista -con especial fuerza en países como México, Chile o Colombia- comienza a revertirse y abrir paso a sociedades más conscientes de la importancia de combatir la desigualdad.

Tercero, la democracia procedimental y representativa entró en franca crisis. Nadie niega que el voto es consustancial a la democracia. No existe democracia sin votar. Sin embargo, votar no es suficiente. En México, votamos durante décadas y, a pesar de ello, no vivíamos en un sistema democrático. En distintos países, la democracia comienza a relacionarse con un mínimo de condiciones de equidad y con una impugnación de lo que supone la prevalencia del dinero sobre los intereses políticos. Incluso, candidatas como Elizabeth Warren, que era casi una extremista hasta una década, hoy tiene posibilidades de convertirse en la presidenta del país más poderoso del mundo. Vamos hacia sociedades que exigen, cada vez más, convergencias entre la política y la economía. No hay democracia sin un mínimo de justicia social. Como en Chile, clases medias que se cansan de su precariedad.

Y cuarto: una recuperación de conceptos tan inherentes a la democracia como la desobediencia civil. No cumplir una norma por un desacuerdo político, es la definición básica de la desobediencia civil. Lo que vemos en las múltiples manifestaciones en el mundo es, precisamente, el traspaso de esas líneas que marcaban la diferencia entre las protestas simbólicas y la apuesta, actual, por el caos y el desorden. Hubo una pancarta expuesta en las manifestaciones en Cataluña que me llamó mucho la atención: “nos mostraron que ser pacíficos no nos lleva a nada”. Entramos a una era en donde la desobediencia, el colapso del estatus quo y la desestabilización son ingredientes que empujan a los gobiernos a abrir los candados de su cerrazón.

De la caída del Muro de Berlín a la Gran Recesión de 2008-2009 vivimos en un mundo predecible. El poder político se repartía entre moderados, unos poquito más a la izquierda y otros poquito más a la derecha. Sin embargo, había grandes consensos sobre el modelo económico casi como única alternativa. Las protestas en América Latina, Hong Kong y Cataluña, nos demuestran el agotamiento de dicho consenso. Entramos a una fase de desobediencia e inestabilidad. Sociedades que necesitan un pequeño chispazo para poner al sistema patas arriba.

Tapatío

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