Su discípulo y heredero Luis Salazar lo llama sin ambages “el más importante intelectual que ha tenido la izquierda mexicana”. No exagera. Carlos Pereyra (Ciudad de México, 1940-1988) fue uno de los filósofos políticos más lúcidos de la tradición latinoamericana.Su prematura muerte a manos del cáncer fue una inconmensurable pérdida para nuestra vida intelectual y política. Porque, además de académico y filósofo profesional, Pereyra fue un intelectual público comprometido y un militante de izquierda democrática, que publicaba regularmente artículos y columnas de opinión en periódicos y revistas como Excélsior, Unomásuno, La Jornada, Proceso y Nexos.¿Es Pereyra actualmente leído y discutido por los jóvenes intelectuales, académicos y ciudadanos? Sergio Ortiz Leroux piensa, tristemente, que no: “La amnesia, por desgracia, es una enfermedad del espíritu que no ha sido totalmente abolida en nuestro poco generoso ambiente político y cultural. Entre las nuevas generaciones de millennials y anexas el nombre y el legado de Carlos Pereyra quizá no digan mucho” (“Carlos Pereyra y la cuestión democrática”).Pero ¿tiene algún sentido filosófico y político y no meramente historiográfico leer a un pensador que murió hace casi cuarenta años? ¿Aún son significativos los debates en que intervino, entre democracia política y democracia social, entre democracia formal y democracia sustantiva? ¿Sigue siendo relevante su crítica al sujeto de la historia? ¿Pueden servirnos de algo sus análisis del viejo sistema político priista?Creo que sí. En una época de tentativas populistas disfrazadas de “democracia verdadera”, haríamos mal en no recurrir a un autor que dudaba de la idea misma de “democracia proletaria” (hoy “democracia popular”) y que insistía en el carácter inherentemente pluralista de la democracia.Recuperar a Pereyra significa, por otra parte, inspirarnos en su ejemplo moral e intelectual. Como escribió el marxista Adolfo Sánchez Vázquez, su profesor en la UNAM, poco tras su muerte: “no obstante esta terrible e irreparable pérdida, podemos registrar esta ganancia innegable: la vitalidad de su ejemplo y de su obra” (“Carlos Pereyra: a un año de su muerte”).Por increíble que parezca, hoy algunos politólogos y filósofos políticos no miran su entorno. Parten de abstracciones o artículos académicos, no de la experiencia política concreta. Su formación teórica es más bien débil: infatuados con el método, renuncian a la reflexión filosófica y a la pertinencia política de su obra; propenden a la acumulación positivista de hechos que dejan sin explicar teóricamente ni evaluar críticamente.Carlos Pereyra, por el contrario, poseía una visión teórica y crítica hasta la médula. Se mantuvo al margen de la “metodolatría” y de la “puntocracia”. Jamás se encasilló en un enclave academicista: no formuló preguntas estrechas ni renunció a tomar posiciones políticas claras. Tampoco sucumbió a la frivolidad, vicio de muchos intelectuales contemporáneos. Su fortaleza intelectual fue bien definida por Luis Salazar: “Como filósofo, como analista político, como comentarista del momento, Pereyra arrojaba luz invariable gracias a su magnífica formación teórica, su lógica implacable y su atención permanente a lo que sucedía a su alrededor” (“La lección. Regreso al Planeta Pereyra”).El propósito de Pereyra consistió en desmantelar, mediante la crítica intelectual y la acción cívica inteligente, un régimen hiperpresidencialista y autoritario a fin de construir un Estado social y democrático de derecho. Por eso su pensamiento —una suerte de marxismo heterodoxo y democrático— es relevante y potente; por eso contribuyó, sin lugar a dudas, a la construcción de la democracia mexicana.“Hubo un planeta Pereyra”, escribe Salazar: “Ahí habitaban tres cualidades destacadas: la capacidad y sofisticación analítica, la transparencia en la argumentación y la destreza pedagógica”. A quienes nacimos tras la caída del Muro de Berlín, nos toca combatir nuestra amnesia histórica y reconstruir la tradición democrática mexicana; sólo así podremos vencer el monismo político e imaginar una sociedad posneoliberal más democrática, igualitaria y pluralista. Para ello, regresar al planeta Pereyra, y revitalizar el rostro democrático de la izquierda, sería un estímulo inmensurable.