Viernes, 26 de Julio 2024

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Zelene Bueno

Por: Maya Navarro de Lemus

Zelene Bueno

Zelene Bueno

Nací en Guadalajara en la década de los sesentas. Época sin exceso de tráfico vehicular, ni contaminación. Mi infancia y parte de mi adolescencia, transcurrieron en la Colonia Jardines del Bosque; donde los eucaliptos y las ceibas, albergaban en sus frondosas ramas a una diversidad de aves que cantaban al alba y despertaban a sus moradores. Fue una época maravillosa, porque los niños de entonces podíamos salir de nuestras casas sin supervisión de nuestros padres; salíamos a jugar con los vecinos en las calles aledañas. Época en la que no existía el celular y en la TV sólo se podían ver dos canales en blanco y negro. A fines de los sesentas se acostumbraba que la gente de la colonia, como la nuestra, el padre regresara del trabajo y tomara la siesta. A esa hora, los negocios cerraban y las calles se tornaban desiertas y silenciosas. Los sábados por la tarde y todo el domingo, eran para descansar o salir fuera de la ciudad o dedicárselos a la familia o bien, al convivio con los amigos. El tiempo entonces, parecía transcurrir más lento y podíamos, como por arte magia, estirar las horas para escuchar música, leer o escribir un diario. A mí me gustaba el olor de los libros nuevos, los cuadernos y los lápices. Cuando todavía no sabía escribir, garabateaba en los papeles de mamá o hasta en alguna pared. Y no fue hasta que cumplí los siete años, que unos tíos me regalaron de cumpleaños una mini enciclopedia de cuentos y rimas para niños; que en ese entonces, me afané por leer al derecho y al revés.  A los 13 años los tíos de  la ciudad de México me invitaron a la feria del libro y me obsequiaron, El Diario de Ana Frank; y la obra de teatro de Romeo y Julieta. A partir de estas lecturas, nació en mí una motivación para escribir un diario. Escribía sobre lo me sucedía y lo que me hubiera gustado que sucediera. Por ejemplo, como a los 15 años, escribí que un muchacho que vivía en la calle la Luna, a dos cuadras de mi casa, me había besado el día anterior. Mi madre, que todo inspeccionaba leyó mi diario y me castigó. Desde muy chica aprendí a bailar ballet, de modo que la danza y las letras fueron dos ejes que me marcaron desde el inicio de mi escritura. Después, con algunas lecturas, vino el interés por la filosofía y el arte en general. Escribo poesía porque para mí, la poesía, es necesaria, es canto que complementa la danza de la vida; es vocación, naturaleza que llama y nombra las cosas de nuevo para imprimirles nuestra mirada particular; es misterio que nos convoca a necesitarla, a buscarla cuando se nos escapa; es espíritu viviente, oración original. El acto de escribir para mí es revelación, conocimiento, honestidad, diálogo a la mirada del otro; existencia encarnada en los dedos que despliegan sus grafías. Expresión máxima de aquello que en el cuerpo, es logos y potencia, y nos susurra, nos revolotea como una mariposilla en el estómago. Es cambio como el río de Heráclito; es ser y no ser parmenidio. Es reflexión e intuición del mundo, es belleza y verdad al mismo tiempo. Lo que más me gusta de un poema es que me revela una porción de la realidad, el conocimiento de mí misma y de los demás. Me hacen consciente de emociones profundas que no conocía. Creo que es lo más cercano al lenguaje original.

Estudié y me recibí de la licenciatura de Filosofía, después en  la Maestría en letras de Jalisco. Hice el Diplomado en escritura en la SOGEM. También estuve en diferentes talleres de poesía en Guadalajara. Tuve maestros muy buenos que me guiaron en este camino. 

Desde los siete años estudié y practiqué la danza clásica y moderna, Jazz y baile de salón. Tuve la experiencia de bailar en los teatros más importantes de Guadalajara. 

Tengo cinco libros de poesía publicados y la participación en una veintena de antologías. 

“Esta casa que soy” (2001); “Raíces de Ciudad” (2004); “Niña que piedra” (2010); “Para nombrarte” (2012) y “Umbrales del tiempo” (2013).

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