Jueves, 25 de Abril 2024

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Una casa por Parroquia: aciertos esperanzadores

Por: Juan Palomar

Una casa por Parroquia: aciertos esperanzadores

Una casa por Parroquia: aciertos esperanzadores

Enrique González Martínez es uno de los más altos poetas que ha dado Jalisco. Eso está fuera de toda duda. No así el que, desde hace años, y en su nombre, se haya querido suplantar una de las designaciones urbanas más entrañables y precisas: la de la calle de Parroquia. Este atropello, además, ha contribuido a abonar el campo para que otros abusos toponímicos, más o menos infructuosamente, se quieran llevar a cabo.

Cuando una calle se nombra por un hito arquitectónico que está situado en ella redunda en un doble acierto: es algo claro y contundente, evidente; y contribuye a que el hito en cuestión tenga mayor conocimiento, visibilidad, cuidado. De esto están hechas las fidelidades urbanas, los orgullos cívicos, la identificación de la gente con su ciudad.

Dos ejemplos: la muy bonita —y fúnebre— palabra de Sarcófago se refiere con naturalidad y limpieza al remate oriente de esa vialidad: el magistral monumento funerario que Manuel Gómez Ibarra edificó al centro del Panteón de Belén. Llamar a tal calle Sarcófago es claro y preciso, además enseña historia, utiliza un noble vocablo, ilustra a la comunidad. (Ponerle Eulogio Parra en nada abona a lo anterior). Lo mismo pasa con la calle de la Parroquia. Su designación proviene de la notable iglesia, dedicada a Nuestra Señora del Pilar, que para fines de auxilio parroquial comenzó a ser edificada hacia principios del siglo XVIII para dar servicio a la expansión surponiente de la ciudad. A su viento norte, convertido en un triste estacionamiento de coches, está lo que queda, a la espera de su rescate, del antiguo Beaterio Viejo, una víctima más del lamentable mercantilismo depredador del patrimonio, y que todavía está a la espera de su rescate.

El caso es que por la varias veces mentada calle de Parroquia acaba de aparecer una muy meritoria contribución a la revitalización del centro tapatío y al salvamento del aún muy numeroso acervo histórico y arquitectónico que tiende a ser menospreciado por las opiniones bobas o interesadas que suelen decir que casi no queda nada que valga la pena. El punto es, como en este rescate, tener la visión y la voluntad de llevarlo a cabo, y de este modo devolverle a la ciudad una valiosa pieza de su patrimonio.

Así, bajo la iniciativa y la dirección arquitectónica del ingeniero Ignacio Orozco Soto, fue adquirida una notable finca, cuyos inicios son también del siglo XVIII, en avanzado estado de modificación y deterioro, en la esquina norponiente de Parroquia y Miguel Blanco. Lo que siguió fue hacer las restauraciones y atinadas adecuaciones a la finca para convertirla en un hotel. Este establecimiento, con su cotidiano funcionamiento, seguramente beneficiará al decaído barrio en el que se encuentra e irradiará una salud urbana que mucho le hace falta a su contexto.

Esta intervención arquitectónica y urbana, sensata, discreta y productiva, es una muestra sumamente significativa de la muy factible y viable recuperación de fincas valiosas, de la vitalidad y las nuevas economías para nuestros barrios tradicionales. Enhorabuena.

jpalomar@informador.com.mx 

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