A veces me pregunto si no estamos jugando con fuego, entregando la llave del destino colectivo a manos que nunca han tocado un libro, que solo repiten lo que la pantalla dicta, que gritan eslóganes sin entender su raíz. ¿Quién decide? ¿Quién elige al juez, al legislador, al que manejará la nave en la tormenta?¿Es acaso justo que el timón de un barco lo lleve aquel que no distingue el norte del abismo?Democracia no significa ceder el poder a la ignorancia, sino repartir la voz sin que ninguna se vuelva absolutista. Porque cuando todo el coro canta igual, es señal de que alguien ha afinado las gargantas con miedo o con pan. Y ese no es un concierto libre, sino una marcha al compás del tirano.Platón ya lo advirtió en su República: cuando los ignorantes gobiernan, el Estado se convierte en un barco sin capitán, a merced de los vientos y de los apetitos más bajos. Porque el pueblo, sin educación, se vuelve presa fácil del demagogo que promete lo que jamás cumplirá, que aplaude mientras roba, y que llama libertad y progreso al caos.Y tú, que crees que votas con libertad, ¿de verdad elegiste? ¿O más bien elegiste entre dos espejismos disfrazados de destino?Séneca decía: “No es libre quien es esclavo de su ignorancia.” Y en nuestras plazas abundan los esclavos con boleta en mano, convencidos de que cruzar una boleta les otorga poder, sin saber que ya todo fue decidido mucho antes de que llegaran a la urna.La solución no es prohibir el voto, sino elevar la conciencia. Que el sufragio no sea un rito hueco, sino un acto de sabiduría colectiva. Que quien elija, al menos sepa por qué lo hace. Y que quien gobierne, sea vigilado por muchas miradas, desde muchos rincones, para que ninguna visión se imponga como verdad absoluta.La verdadera democracia no es la tiranía de la mayoría ignorante, ni la dictadura de la élite ilustrada, sino el arte delicado de incluir muchas perspectivas sin ahogar la verdad. Porque el poder, como el fuego, calienta si se reparte… pero quema si lo toma solo uno.Ese afán de llamar al pueblo sabio es una adulación populista con fines electorales, que reduce a que la gente realmente deje de prepararse, estudie y eleve su conciencia. Se puede reconocer el potencial que tiene un pueblo, ese es un elogio genuino, pero decir que es sabio es retórica pura, que busca manipular.