Miércoles, 24 de Julio 2024

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¿Qué pasaría si nos decidimos a educar verdaderos ciudadanos?

Por: Dra. Daniela Salgado*

¿Qué pasaría si nos decidimos a educar verdaderos ciudadanos?

¿Qué pasaría si nos decidimos a educar verdaderos ciudadanos?

Cuando era pequeña, mi papá me animó siempre a participar en los concursos de oratoria y de escritura; mi mamá, a decir lo que pensaba y a ser congruente con mis ideales. Soñaba con que de grande participaría activamente en la política o en alguna entidad de gobierno. Conforme fui creciendo esos ideales y esos sueños se fueron enfrentando con los “golpes de la realidad” que, he de reconocer, desanimaron mis intereses adolescentes y me llevaron a elegir un camino más “realista”. Hoy me doy cuenta que en realidad nunca he podido alejarme de ellos porque la vida pública, la política y la preocupación por los problemas sociales no son una profesión, son una responsabilidad y una obligación de todos y cada uno de nosotros por el hecho de que somos ciudadanos.

Erróneamente pensamos que, el interés por las leyes y sus reformas corresponde a los legisladores pero no a nosotros, no a los ciudadanos de a pie, no a las madres de familia o a los empresarios; pensamos que la seguridad le corresponde a la policía, no a los inquilinos del edificio; pensamos que el logro del bien común, es obligación de los gobernantes, pues para eso los hemos elegido, ¡qué gran error! La justicia y su impartición, la seguridad pública, las garantías para vivir en libertad, la posibilidad de desarrollar un proyecto de vida pleno, de vivir y morir como personas, de recibir una educación de calidad, no es una función exclusiva de los gobiernos, es una responsabilidad de todos los ciudadanos.

Desde niños inicia el camino sobre cómo nos comportaremos en sociedad. PIXABAY

Las leyes no son la justicia, la justicia está en el ser capaz de reconocer y otorgar lo que el otro merece, aceptarlo y afirmarlo como persona, con la dignidad que le es propia y los bienes que le son debidos para actuar en consecuencia; la seguridad está en ser capaz de mantener un interés por el bienestar mío, de mis seres queridos, de mis vecinos, de mis conciudadanos, de mis connacionales, porque si entre todos nos cuidamos, estaremos seguros porque somos una comunidad; las oportunidades laborales las determinan los empresarios que diseñan una cultura donde se considera a los empleados como personas, como madres, como esposos, como padres, como hijas, como estudiantes, donde se afirma el trabajo y la profesión como un elemento del plan de vida personal, donde se busca la riqueza no de unos cuantos sino el crecimiento de un país y de sus miembros; gozar de una educación de calidad no está en manos de los planes de estudios, sino de la calidad humana de nuestros profesores, del interés que tienen en sus alumnos y de lo propicio que para ello, resulta el clima y el ambiente escolar. En suma, me parece que hemos perdido de vista que ciudadanos somos todos, no por tener una credencial de elector o por salir a votar, sino por el hecho de formar parte de una comunidad, por tener un origen social y territorial común, al cual pertenecemos todos y del cual somos responsables; por estar en relación unos con otros y ser responsables de los recursos con que contamos y de su adecuado uso y crecimiento. Ser ciudadano, no es un estatus sino un modo de vida y aprender a serlo es una tarea de cada uno, que remite a un concepto fundamental que no es el de la ley, la política, la sanción, la vigilancia sino el de virtud.

La visión pragmatista, estructuralista, funcionalista e individualista, predominante en nuestra sociedad, que vemos reflejada en novelas y ahora en series de televisión, no son ocurrencias de una fantasía imaginada por George Orwell o por Hwang Dong-hyunk para el juego del calamar; son un reflejo de lo alejados que estamos de un verdadero florecimiento social, porque no hemos entendido que éste depende del ser y del actuar de cada uno de los miembros de una comunidad y de una sociedad. El florecimiento humano es un fruto que ha de surgir de una acción personal y social virtuosa, encaminada a lo bueno, que permita al ser humano su perfeccionamiento y en última instancia su felicidad.

Si bien, es difícil en unas cuantas líneas profundizar en un tema al que grandes filósofos dedicaron toda una vida, como Aristóteles o Platón; pero sí podemos afirmar que hay ciertas virtudes que son claves en la formación ciudadana y que todos deberíamos intentar desarrollar; tales como la confianza, la solidaridad, el respeto, la tolerancia, la honestidad y la generosidad. ¿Qué sería de un país como el nuestro donde pudiéramos confiar unos en otro, donde no tuviéramos miedo a que nos vayan a “tranzar”, a robar la cartera o a “dar gato por liebre” al adquirir un bien o servicio? ¿Cuántos ancianos y enfermos podrían disfrutar sus últimos días si hubiera quien les acompañara y asistiera en esa última etapa de la vida? ¿Cuántas madres podrían disfrutar de su maternidad y realizar su vocación profesional si hubiera patrones que fueran capaces de ponerse en su lugar, de intentar empatizar y comprender su dilema? ¿Cuántas cadenas de corrupción podrían romperse si todos fuéramos capaces de asumir nuestras faltas y de responder por ellas? Sí, suena utópico porque hemos preferido verlo como inalcanzable que trabajar por ello y al final del día seguimos añorándolo porque el ser humano está hecho para vivir conforme a la verdad, para gozar con lo bueno, para una vida coherente y congruente que le permita disfrutar de ella y dormir en paz.

¿Qué pasaría si nos decidimos a educar verdaderos ciudadanos?

*Dra. Daniela Salgado es directora de la Escuela de Pedagogía y Psicología, en la Universidad Panamericana.

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