Jueves, 18 de Abril 2024

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Optimismo

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Optimismo

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Buenos días. Les comparto que estoy hasta la coronilla de un ambiente que oscila entre el temor a la enfermedad de quienes se aíslan, restándole valor a vivir en comunidad, y el valemadrismo de los que, irresponsablemente, no se protegen ni evitan el contagio y piensan que “si les ha de tocar”, pues ya estaría de Dios. Tal parece que estamos perdiendo el sentido de la vida:

envueltos en el torbellino de noticias tóxicas, vamos de la hipersensibilidad a la insensibilidad. Día tras día, el flujo de información chatarra y deformada nos enajena, nos olvidamos de los grises y vemos todo negro o blanco. La magnitud de los acontecimientos, homicidios, robos, feminicidios, violaciones, corruptelas y abusos de todo tipo y en cualquier lugar, ha rebasado nuestra capacidad de sorpresa e indignación. No estamos en disposición anímica para procesar el alud de noticias negativas que nos llega. Los medios de comunicación, sobre todo los electrónicos, lejos de estimular la alegría de vivir, nos recuerdan, a cada momento, nuestra enorme vulnerabilidad. Porque mañana podríamos ser parte de una fría estadística, tenemos que reaprender a vivir, dando a las cosas su justa dimensión, recuperando el brillo de los colores y el encanto de nuestra risa. Debemos construir un nuevo orden.

Sigo pensando que la búsqueda de la felicidad es el motor que impulsa nuestras vidas. A algunas personas les podrá parecer un poco romántico, incluso pedante, dicho propósito, pero ¿qué no es la felicidad la máxima aspiración del ser humano? ¿Acaso servir a los demás no es motivo de orgullo y satisfacción? ¿Es que por el egoísmo estamos perdiendo la conciencia de vivir en sociedad? ¿Midas ha llenado nuestros corazones de codicia y vemos en el becerro de oro a nuestro verdadero dios? ¿Es que uno vale más que todos? Me niego a aceptarlo. Reconozco que el dinero es fundamental: es el instrumento de intercambio para obtener los satisfactores de una vida digna, pero no debe ser nuestra única motivación. La economía es importantísima, solo un necio lo negaría, pero la Justicia Social es sustantiva. Solo hay una forma de acabar con la pobreza y no es regalando el dinero público sino educando a nuestros niños y jóvenes, privilegiando el esfuerzo. El trabajo es una bendición, no un castigo, y la ignorancia siempre ha sido fuente de desgracias. La decisión de aprobar a los educandos sin exámenes fue verdaderamente criminal, la vida los va a reprobar. Repartir dinero sin una contraprestación puede crear una nación de adictos a la pereza que solo estiran la mano para recibir el producto de los que trabajan: comprar las voluntades de los ciudadanos con migajas pavimenta el camino de la irresponsabilidad y la infelicidad.

Nuestro país es maravilloso, pues tiene los recursos para seguir siendo una gran nación y nos tiene a nosotros. La Justicia Social no es un don divino; por el contrario, se construye todos los días. Si queremos un mejor país, construyámoslo con optimismo, todavía estamos a tiempo.
 

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