Jueves, 25 de Abril 2024

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Mi interés es puramente sexual

Por: Ivabelle Arroyo

Mi interés es puramente sexual

Mi interés es puramente sexual

“No piense mal de mí, señorita; mi interés por usted es puramente sexual.” ¿No les parece genial la frase, lo que implica, la cortesía que aporta y la bellaquería explícita? Es de Groucho Marx, ese genio del humor norteamericano cuyos libros no deberíamos de dejar nunca de releer. Para reír, claro, pero también para pensar en los mensajes subyacentes que el humor occidental inteligente trae consigo.

No piense mal de mí, señorita, lo que quiero de usted se lo digo de una vez. Y así, sin engaños, sin extorsión laboral, sin promesas de amor, casa e hijos, un hombre con ganas de sexo deja claro su legítimo anhelo. Porque ojo, querer sexo es absolutamente normal.

Pero ah no, tiene que ser tan retorcido, tan rebuscado, que después de mil vueltas para llevar a una mujer a un sitio más o menos apartado (un rincón oscuro o su casa), algunos hombres pierden el piso y consideran legítimamente ganado lo que consiguieron bajo la retorcida lógica del tabú, de su posición, del engaño.

Con las mujeres no es mejor. En raras ocasiones recurren a grados de violencia física como la que son capaces de imponer los hombres, pero conducen a equívocos muchas cenas, veladas y propuestas sexuales por terror a la intimidad con un hombre y por la incapacidad para decir que sí sin culpa y que no con firmeza.

Muchas propuestas legítimas de interés puramente sexual se quedan alojadas en la historia temprana de las mujeres como un acto asqueroso, terrorífico, propio de monstruos con ganas de hacer el mal que por quién me han tomado.

Ojo, no estoy hablando de los depredadores, para quienes debe haber un infierno especial que espero sea más cruel que el noveno círculo descrito por Dante. Esos que ardan.

Tampoco estoy hablando de las arpías que usan una aparente vulnerabilidad para dañar a los demás subidas en la ola de las denuncias.

No, estoy hablando de nuestra pobrísima educación sexual, de nuestra relación con el erotismo, del daño que los tabús han hecho en nuestro entramado social como para que muchos hombres busquen satisfacción por medios engañosos o abusivos y muchas mujeres se sientan atacadas o peor aún, obligadas, cuando alguien les propone un encuentro íntimo.

Leo ahora en las redes muchas mujeres que, arropadas por el ruido, encuentran la fuerza para acusar a imbéciles depredadores y saludo eso como lo más importante de estos movimientos digitales. Pero también leo muchas denuncias de mujeres auténticamente asustadas porque un colega, un amigo o un idiota les propuso ir a su casa, a su hotel, a su cuarto o a un rincón. Aterrorizadas y asqueadas porque les mandaron mensajes lascivos, porque ellas no supieron cómo reaccionar, cómo rechazar, a quién decirle. Otra vez, los depredadores que ardan. Pero… ¿cómo quitar el miedo a las mujeres asustadas y asqueadas?

Sus relatos describen acontecimientos que deberían ser olvidables cuando no les interesa.  Los hombres deberían poder decir con claridad y sin miedo al rechazo que tienen intenciones puramente sexuales, y las mujeres, si no tienen antojo, deben ser capaces de decir: “Caballero, su interés sexual no es compatible con el mío. ¿Tiene usted un colega?”

Y todos tan amigos.

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