Jueves, 09 de Octubre 2025

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Los negros giros negros

Por: Juan Palomar

Los negros giros negros

Los negros giros negros

Hay cosas tóxicas para la ciudad. Ciertas actividades o giros que perjudican al ámbito urbano y sin embargo, se toleran en nombre de la pluralidad y el libre acceso a todo tipo de productos y actividades por parte de los ciudadanos, siempre que no estén de plano prohibidos por reglamentos y leyes. Hasta aquí todo razonable. Si tales giros, de complicado funcionamiento, se atienen puntualmente a las disposiciones oficiales pueden ser una alternativa de actividad que, en los buenos casos, incluso colabora con la ciudad en hacerla más diversa y satisfactoria.

Pero hay otros “giros negros” cuyo apelativo no tiene necesariamente que ver con los arriba mencionados. Se trata de la actual moda de pintar de negro muy diversos negocios pensando, seguro, que tal facha les dará más “presencia sofisticada” o adhesión a lo que se cree “en onda”, “chido y hipster”, etcétera.

Tal práctica deriva de la ignorancia y la cortedad de miras, de la cuachalotería y la pretensión. ¿Por qué? Cualquiera que se haya dado una vuelta por los buenos pueblos mexicanos, las buenas ciudades, sabrá que, o bien los pequeños asentamientos son todos blancos, o existe una colorida armonía fruto de la infalible acción de la sabiduría popular.

El pintar una fachada de negro, en contextos que tienen una razonable gama de colores, es casi fatalmente, un agravio a la vista de los pasantes, una nota totalmente discordante en el medio urbano, el destrozo de fachadas de otra manera correctas e inclusive valiosas, la señal de desprecio y pretendida superioridad sobre las fachadas vecinas.

Esta fúnebre costumbre, aparte de estos perjuicios, genera otros más de caracteres estrictamente medibles, todos altamente negativos para los individuos y su hábitat. El color negro, bien se conoce, atrae una altísima cantidad extra de calor, en comparación a los demás colores, sobre todo el blanco. Por lo tanto, es necesario gastar mucho más energía, dinero y contaminación en mantenerlos “habitables”. Esto redunda en un incremento de las dificultades, ya muy altas, de mantener una huella de carbono adecuada, tanto por parte de la ciudad, como por cada uno de sus componentes edificados. La iluminación requerida, por consecuencia natural, debe ser más intensa, lo que deviene también en lo apuntado.

No es imposible que tal moda tenga una perversa conexión con la costumbre más o menos destanteada según la que, para ser un arquitecto de posibles y en boga, se debe vestir de negro. Hay quien piensa que ni se ven bien ni debe ser muy higiénico, pero allá ellos si quieren constituirse en borrones deprimentes en su entorno. En nuestro clima asoleado esto resulta particularmente ridículo, en fin.

Hay reglamentos para la cromática en grandes porciones de la ciudad. Como se verá, es preciso aplicarlos con energía y visión más amplia. La ciudad lo merece.

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