Viernes, 26 de Abril 2024

LO ÚLTIMO DE Ideas

Ideas |

Lo que viene

Por: Antonio Ortuño

    El sismo del 19 de septiembre, esa misma fecha fatídica de hace 32 años, ha removido al país entero, aunque sus efectos se concentraron en la Ciudad de México, Puebla, Morelos y el Estado de México (días antes, otro afectó municipios de Oaxaca y Chiapas). Los alcances del desastre son amplísimos: decenas de edificaciones se derrumbaron o dañaron en la capital. Cientos, en localidades menos visibles. Hay centenares de víctimas mortales y miles de afectados. La magnitud no alcanza a equipararse con la del sismo de 1985 (en el que se calcula que fallecieron alrededor de diez mil personas solamente en la Ciudad de México) pero no es consuelo: el golpe es, de cualquier forma, tremendo. Incalculable.

    No quiero, en estas líneas, abusar de la lírica. Claro que conmueve y exalta el ánimo la solidaridad (masiva, impresionante) de los habitantes del exDF, de los pueblos y ciudades destrozadas, y el apoyo que ha comenzado a fluir desde diversas áreas del país y el mundo: los rescatistas y brigadistas, los donadores, los voluntarios todos (incluidos esos perros entrenados que refutaron, con su trabajo, a los que se quejaban de la atención prestada a mascotas heridas, perdidas o atrapadas). Conmueve, sí, pero no es este el espacio para saludarlos a todos como es debido. Me limitaré, pues, a hacer aquí unas cuantas reflexiones sobre la catástrofe que me parecen importantes.

    ¿Dónde está el Estado mexicano? Rebasado por la celeridad de la sociedad en la respuesta, desde las primeras horas el gobierno, en sus diversos niveles, ha reaccionado de forma errática. Los ejemplos sobran: la presencia de maquinaria pesada en derrumbes de la capital a unas pocas horas de producidos (cuando en desastres similares se han encontrado supervivientes incluso días después de ocurridos); la falta de información y la descoordinación de la misma; las repetidas peticiones de ayuda a la población, como si el Estado no supiera qué hacer con los recursos con que cuenta o no quisiera hacerlo; los dimes y diretes entre partidos y autoridades electorales sobre la exigencia ciudadana (apoyada en las redes por millones de firmas) para que cedan parte de los descomunales recursos para las campañas electorales a la reconstrucción… Todo ello, en un clima de lentitud y tardanza en el que el Presidente Peña Nieto, por si fuera poco, ha aparecido apenas para leer comunicados con voz tibia y muy poca repercusión.

    ¿No se aprendió nada en 32 años? La imposición de normas de edificación estrictas en la capital es un hecho, pero siempre existen formas, por desgracia, de que un sobrecito o un apretón de manos conveniente consigan eludir las disposiciones. Los casos de edificios nuevos que se cayeron, los casos de terceros y cuartos pisos extras o balconadas no autorizadas menudean. ¿De qué sirven las leyes si se les puede ignorar o rodear? Por otro lado, el ya mencionado caos informativo, quizá inevitable en estos casos, no ha dejado de aumentar conforme avanzan los días. Los medios de comunicación son muy diferentes a los de 1985: las redes ofrecen la posibilidad a la gente común de enviar información y mensajes. Corresponden, entonces, a las autoridades, un monitoreo constante de ese flujo de información para atajar falsedades, canalizar esfuerzos y difundir prioridades. Nada de eso ha ocurrido: las autoridades se han conformado con dar ruedas de prensa y colgar comunicados como si la digitalidad no estuviera plenamente instalada entre nosotros.

    El sufrimiento de muchos, en la capital y varios estados, será grande. La labor oficial debería paliar ese sufrimiento. Vienen semanas muy duras y es momento de que el gobierno reaccione. O volverá a ser objeto de aborrecimiento, como en 1985.

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones