Miércoles, 24 de Abril 2024

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Leticia Villagracia

Por: Maya Navarro de Lemus

Leticia Villagracia

Leticia Villagracia

Maestra de Taller de Poesía de la SOGEM. Cuentista, ensayista y traductora de poesía, terminó el doctorado de Letras del Siglo XX y la maestría en Literatura del siglo XX de la UDG. Tiene estudios de Antropología Teológica del Instituto Libre de Filosofía y Ciencias y estudios de Maestría en Desarrollo Humano de la Universidad ITESO. Fue cofundadora y formó parte del consejo editorial de las revistas de arte, cultura y literatura Tragaluz y Periplo y cofundadora de La Luciérnaga Editores. Pertenece al Seminario de Cultura Mexicana corresponsalía Guadalajara, al P.E.N. Club Internacional y al Seminario de Traducción del Departamento de Estudios Literarios de la UDG. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Obtuvo Mención Honorífica en el Premio Nacional de Narrativa Colima 1994, por la obra publicada Señales de Babel; obtuvo Segundo Lugar en Poesía con el poemario El Silencio de la luz, en el premio Nacional de Puerto Vallarta 1986 y Mención Honorífica con el cuento El Signo en el concurso Regional de Juan Rulfo en Sayula, Jalisco. Fue antologada y traducida en la Universidad Paul Valéry por el poeta Pascal Gabellone y traducida al italiano por el poeta Giuseppe Napolitano. En 2013, ganó el Premio Internacional Ditët Naïmit (Macedonia) por el conjunto de su obra poética. Actualmente, es consejera de Letras del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Jalisco. 

APARIENCIA DE RULFO

En su aniversario

Rulfo contaba desde otra dimensión, como flotando en el entrepiso de la historia.

Sus cuentos pesan como fantasmas que no alcanzan el vuelo, el descanso. Se quedan bajos, como esas brumas tan pegadas a la tierra que no te dejan ver más allá de ti misma, no te dejan mirar a distancia y entonces te pierden con ellos, te envuelven, te van asfixiando y no puedes seguir, te arrinconan con sus lamentos, en sus desgracias.

—¿Hasta cuándo descansará Rulfo?

—Cuando hace mucho calor, Juan aparece encadenado a sus fantasmas, seco y abismal; pasa lento, concentra el paso. Se mantiene así, en estancos hasta que amanece. Entonces, cuando levanta el bochorno, lo fresco hace que su criatura más liviana se desprenda y empiece a jalar dolorosamente y así, se van elevando unas a otras. El desapego es sólo apariencia, acaban convertidas en sudarios agujereados y sin reposo.

Se alejan dejándome tan cansada que en todo el día no me puedo levantar.

Dice Rulfo que a lo que más le teme es a los calores y a la noche, y es así, porque el cuentero y su mundo hablan desde una tierra enterrada, y salen a inquietarnos la verdad; y luego no podemos dejar este pueblo, y tampoco podemos permanecer. Es como estar en el purgatorio, alejados de la mano de Dios.

Lo que necesitan es un salmo, para lavar tantos huesos, sólo así se purifica el sufrimiento, los espíritus ocupan rezos, letanías.

Juan se quedó silencioso escuchando qué le decían sus muertos.

De este hombre dicen que dice pero quién sabe, como tiene muchos secretos y con el tiempo, desde su muerte, se van revelando; quien sabe si los podremos contar, si nos quedará aliento. A lo mejor, miradas desde la inocencia, sus gentes se salven, a lo peor se atrapen una vez más y el círculo se cierre y no quede más espacio que el suficiente para un gemido largo que alcance a Dios. Hasta entonces, leeré a Rulfo con tranquilidad. 

Juan es ánima en pena, como la llorona criolla; como la Coatlicue su antepasada indígena.

—¿Hasta cuándo vas a descansar, Rulfo?

—Unos dicen que dice en “El llano en llamas”, que cuando Juan Preciado encuentre y sepulte a su padre, cuando le dé cristiana sepultura, eso dicen; pero quién sabe, quién sabe.
Juan está quieto, llora. Su gente fue saqueada, usada. Tantos siglos reprimidos, “La vida es muy seria en sus cosas”, sí Rulfo, tan seria que tus difuntos no viven sino de muerte, lo que dicen y piensan, encaminando hacia allá. No pueden vivir, porque los abandonaron, desde la Colonia, desde antes, cuando Malinche-Cortez, hasta esta miseria presente. Siempre anduvieron al margen de la Historia; sirviendo en las guerras como carne de cañón; muriéndose.

Así, viven mejor los muertos, es la costumbre.

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