Domingo, 18 de Mayo 2025

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La irrealidad cuarteada

Por: Augusto Chacón

La irrealidad cuarteada

La irrealidad cuarteada

Hace unos días, en la mañanera que ahora se apellida del pueblo, una reportera preguntó sobre el espantoso caso del gusano barrenador del ganado, especie de criminal organizado que cobra derecho de piso a las reses que México exporta a Estados Unidos y que, como corresponde a los dos regímenes que adornan Palacio Nacional desde 2018, ha sido tolerado por la estrategia de austeridad republicana que agusana reses, aduanas, el surtido de medicinas, la promoción de la cultura, el combate al huachicol y etcétera. Para responder a la cuestión, la presidenta cedió la palabra al secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, Julio Berdegué, quien tiene fama de conocedor y capaz, cualidades a las que debemos agregar otra, cortesía de Claudia Sheinbaum aquel día: intolerante.

Mientras Berdegué se dirigía al pódium para explicar cómo rebrotó una plaga que estaba controlada, la Presidenta le dijo en voz baja al funcionario amigo suyo: “sin enojarte”, a lo que él respondió: “sí”. Con todo y que la voz de Sheinbaum es apenas audible, la grabación del amistoso ruego se esparció como la sequía por el país. Aunque el tal insecto no es el centro de este comentario, no dejemos el cabo suelto: la respuesta del secretario, en resumen, fue: la culpa es de Estados Unidos y de la mosca estéril que no ha hecho su trabajo. El caso es que las dos palabras de la Presidenta y el tono con que las dijo mostraron una sorprendente faceta de su carácter: amistosa, delicada, preocupada porque su conferencia no tomara un rumbo de confrontación; conoce a su subalterno y sabe lo que un exabrupto le hubiera costado a ella, rodeada de exabruptos, propios, nacionales y extranjeros. Ya de paso: ojalá le hubiera dicho también: diles la neta, que todo es a causa de López Obrador y manías, pero salir con la verdad no es parte del comedimiento presidencial.

El jueves, otro irascible, el senador Fernández Noroña, aunque con diferentes cualidades: el sí incapaz e ignorante, anunció que si como lo pidió su colega Adán Augusto López se conforma una comisión del senado para ir al Congreso de Estados Unidos a intentar que ese país no cargue impuestos a las remesas, él hará ese viaje, “aunque se enojen”, remachó. Recordemos que su reciente visita a Francia, pagada con el erario, resaltó aquella sus señas de identidad: incapacidad, ignorancia y agregó opacidad a toda prueba.

¿Se imaginan a Noroña -como se le invoca en el bajo mundo- haciendo diplomacia ahora que Estados Unidos está de mírame y no me toques, especialmente con México? Ojalá la presidenta intervenga, al cabo ya sabemos que eso de la separación de poderes es una entelequia de una república que ya no existe; que intervenga, pero no para decirle a Fernández Noroña: “sin enojarse”, sino para impedir que el senador empuje la relación con los norteños vecinos hacia un derrotero opuesto al que ella ha elegido, para lo que podría cambiar la expresión y decirle, mientras Noroña se dirige a su asiento de primera clase: desaparece. Se lo agradeceríamos.

Pero del lado de la realidad, donde sabemos que ni la presidente le pedirá que desaparezca ni él nos concederá esa gracia, queda la expresión de Claudia Sheinbaum, su comedimiento que trato de pasar inadvertido. Si nos atenemos a los discursos de los gobernantes, mujeres u hombres, de la presidenta a los gobernadores, al país, a cualquiera de sus partes, lo cargan sobre sus hombros, o lo empujan o lo jalan, con lo que pretenden hacer creer que, sin ellos, la parálisis, el estancamiento nacional: sin su omnisciente intercesión no habría bienestar, la felicidad sería una quimera, la vida de las personas equivaldría a la de un vegetal. Peor: ellas y ellos son capaces de reescribir la historia y poseen el don de garantizar un futuro luminoso, bajo su tutela todo es posible, al menos en el discurso. Refundan o transforman o revolucionan a voluntad, y siempre para bien de todos.

Curiosamente, lo poderosos que los hacen lucir sus decires no les alcanza para que su aspecto físico coincida con su declarada capacidad para proveer beneficios sin fin; una vez que acumulan algunos meses en el cargo, no, no en el cargo: en el sillón que la divinidad colocó para cada uno de ellos en el centro del paraíso, a la sombra del árbol de la sabiduría, la realidad que es el mismísimo país (de la que su faz, sus gestos y su cuerpo son reflejo) no se entera de sus discursos y suele pasar por encima de ellos y tampoco es extraño que se eche en reversa y los vuelva a apachurrar. Como acto reflejo niegan que suceda, desmienten los hechos objetivos que no coinciden con su idílica representación de la vida, aunque sus palabras, su lenguaje no escrito y su aspecto (lo que ciertos académicos denominan “el jetómetro”) confirman que las tantas cosas que van mal sí los afectan.

De ahí que con la plegaria, “sin enojarse”, la presidenta cruzara la muy gruesa línea que han tendido entre su realidad y la del resto. Fue entrever su humanidad más allá de lo que como personaje público representa: el país que según ella se echó a la espalda, le pesa, le está pesando y por unos segundos su vulnerabilidad (la soledad del poder) quedó en evidencia: menos de un año en ella se ha convertido en un lustro, notable en sus expresiones, en su semblante. Vulnerable ella, ese instante, y quienes lo notamos y en silencio exclamamos: pobre. Pero luego se recuperó y los demás recordamos las intransigencias, los dogmatismos y el dejo autoritario con el que suele buscar imponer su realidad y nos retractamos. ¿Por qué pobre? Sin embargo, queda ese momento en el que pudimos sentirla sin máscara, ajena al papel político que en ese instante pareció no pertenecerle y que en cambio nos dejó entrever que la república podríamos compartirla de otra manera.

agustino20@gmail.com
 

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