Viernes, 04 de Octubre 2024

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La culpa es de los tlaxcaltecas

Por: Diego Petersen

La culpa es de los tlaxcaltecas

La culpa es de los tlaxcaltecas

El conflicto entre el fiscal Alejandro Gertz Manero y el exdirector de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto Castillo, terminó en un concurso de primeras planas para decidir quién era más corrupto. Si bien podemos decir que por ahora va ganando el fiscal (más de cien millones de pesos gastados en autos de lujo en un año no es fácil de igualar) solo hay un gran derrotado en esta batalla: López Obrador. 

Atrapado en su telaraña, el presidente ya no habla de la corrupción del pasado reciente, la del sexenio de Peña Nieto, Calderón, Fox, Zedillo o Salinas. Para evitar hablar de los escándalos en su primer círculo ya tiene que remontarse hasta la conquista. La frase de la Mañanera de ayer hay que paladearla, pues no tiene desperdicio: “No hay noticias, no hay evidencias, no hay pruebas documentales de la corrupción en la época prehispánica, pero sí hay pruebas de la corrupción desde que llegaron los invasores, los conquistadores españoles”.

El silogismo presidencial es de abogado leguleyo, de esos que se comen el documento para negar la existencia del delito. El que no haya pruebas documentales de corrupción en la época prehispánica no significa que no hubo, simplemente que no está documentada. Y a lo mejor efectivamente no hubo corrupción entonces, lo cual tampoco significa absolutamente nada y no sirve para explicar la actualidad. Dicho por un descendiente de españoles, como lo es López Obrador, el silogismo es un más bien autogol, un lapsus, o quizá solo una traición del subconsciente. Vamos a suponer, simplemente por seguir el juego, que efectivamente en las sociedades indígenas anteriores al siglo XVII no había corrupción y que todo comenzó con la llegada de Cortés, o como el cuento de Elena Garro, que, en realidad todo es culpa de los tlaxcaltecas. ¿Qué tiene que ver eso con la administración actual y sus conflictos?

No deja de llamar la atención, sobre todo por aquello del “no somos iguales”, que el presidente recurra exactamente a la misma fórmula que usó Peña Nieto para explicar los escándalos de peculado y sobornos en su periodo presidencial: achacar la corrupción a un asunto cultural y reducir las conductas criminales a un acto de debilidad moral.

No hay corrupción buena y corrupción mala, no existe tal cosa como pillería con causa, como quiso explicar el presidente la existencia de los videos de sus hermanos recibiendo efectivo. Lo que existe es una corrupción estructural cuyos orígenes son el abuso de poder (nombramientos a modo, arbitrariedades, incumplimiento de la ley) y la falta de contrapesos. La culpa no es del desglorietado Colón, ni de Cortés, ni de la Malinche, ni de los tlaxcaltecas. 

diego.petersen@informador.com.mx

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