Viernes, 26 de Julio 2024

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La cartita en el zapato

Por: Paty Blue

La cartita en el zapato

La cartita en el zapato

Cuando falta poco menos de un mes para que el divino infante se manifieste y haga gala de su generosidad encarnada en algunas manos humanas deseosas de quedar bien, y aunque edad me sobra para embarcarme en semejante payasada, ando cayendo en la tentación de hacer mi cartita al Niño Dios, a ver si es chicle y pega, o nomás para revivir los días de infancia en los que tal operativo se volvía toda una ceremonia gozosa a la que había que entregarse con mucha fe y esperanza, para apelar a la caridad de quienes la hacían de emisarios.

La primera y más tierna noción que por entonces tuve del asunto fue que existía una suerte de burocracia celestial a la que se debía recurrir con suficiente antelación para proyectar nuestras pretensiones, y que dicho trámite comenzaba con la elección de la mejor cuartilla de papel que pudiéramos elegir, para elaborar una epístola garabateada con impecable caligrafía y redactada con la más pulcra sintaxis, sin tachones ni enmendaduras, porque eso de escribirle una carta personal al hijo de Dios no era una comisión menor. Tal vez los Reyes Magos o el Santaclós serían más permisivos y tolerantes con nuestra incipiente grafología, pero en mis mozos tiempos, en mi amada tierra tapatía, dicho cuarteto casi no figuraba y el regalador que rifaba en Navidad era nada menos que el heredero del mero mero.

Por aquellos días, en cuanto pasaba la conmemoración de la Revolución, con su respectivo desfile al que acudíamos sin falta a ponernos una buena asoleada por las calles del centro de la ciudad, se hacía inminente la madrugadora prevención de instalar el ornato luminoso en casa, montar el nacimiento (en el que la talla del recién nacido superaba a más del doble la estatura de sus padres y la alzada del burro y la mula) y elaborar la correspondiente misiva anual para que nuestros requerimientos fueran sometidos a un escrupuloso balance de presupuestos que, hasta años más tarde caí a la cuenta, sospechosamente casi nunca cuadraban satisfactoriamente con las expectativas infantiles que previamente habíamos pespuntado.

Aunque las previsiones y ajustes monetarios aún no tenían cabida en mi mollera en vías de desarrollo, no dejaba de intrigarme cómo era posible que el hijo del magnate del universo no contara con los fondos suficientes para complacer mis modestas peticiones, que generalmente me eran subsanadas con algunos sustitutos todavía más modestos. Pero no por ello diré que mis navidades fueron infelices, ni que me frustró acunar monas tiesas con chongo de hule, en vez de aquel muñeco blando y rubicundo con el que siempre soñé y que, al igual que los colores Prismacolor de 24, nunca se me hizo tenerlos para sustituir aquella docena de crayolas chafas, o de lápices en una caja decorada con un león muelón.

Ahora mis extremidades y la talla de mi zapatito han crecido a la par de mis ambiciones, porque ya no deseo aquellas fruslerías que colmaban mis ensueños de antier, sino todo lo que yo misma puedo conseguir, merced a la gracia divina que me permitió crecer para trabajar y ser productiva. He comenzado a redactar mi cartita pidiendo al Niño Dios que me cumpla algunos antojos, como seguir haciendo, comiendo y disfrutando lo que realmente me gusta, acompañada por quienes quiero y me quieren. Después de eso, lo que escurra es miel y siempre es bienvenida.

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