Martes, 23 de Abril 2024

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La Palabra don y privilegio

Por: María Belén Sánchez

La Palabra don y privilegio

La Palabra don y privilegio

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios…” Jn 1,1

Dios compartió con los seres humanos el privilegio de la Palabra.

La Palabra tiene vida, da ideas, siembra pensamientos y precisamente “comunica”.

La Palabra educa, enseña, ilustra, edifica, da ejemplo y eleva hasta lo más alto o arrastra al fango.

Pero los seres humanos la hemos tergiversado, manoseado, estropeado… hablamos sin reflexión, decimos palabras sin decoro, sin dignidad…

Mientras creemos progresar en otros ámbitos y la tecnología nos promete escalar alturas insospechadas, nuestro idioma se empobrece, se vulgariza, se rebaja, se deteriora y se estropea, en la medida en que descuidamos la importancia de nuestras palabras.

Eso es lo que no hemos aprendido, ni los seres humanos, y a veces ni los comunicadores…

* * *

Vemos a una persona y de momento puede ser todo lo que de ella percibimos: hermosa, elegante, distinguida… pero en el momento en que empieza a hablar, ella misma se define.

Dime cómo hablas, qué dices, cuáles son tus temas relevantes, y me daré cuenta de qué calidad estás hecho…

Por eso cuando hablamos tan a la ligera, en ocasiones soltamos expresiones que tienen características de bendición o de maldición.

Esto es algo que, padres de familia y/o maestro no siempre tienen muy en cuenta cuando hablan y en ocasiones, con algunas expresiones o palabras irreflexivas etiquetan de por vida a sus hijos.

* * *

La grandeza de una persona no se la da un puesto, un título o un cargo… es desde la honradez, donde se refleja su nobleza y de la auténtica grandeza de su ser de donde fluyen esas palabras que dignifican o degradan…

Considero que a ninguna persona, del rango o nivel que sea, le está permitido ofender, insultar o difamar injustamente a otros. Ni siquiera en nombre de la libertad, que indudablemente tiene los mismos límites que los derechos de los demás.

¿Puedo yo, en nombre de mi libertad, entrar al sembrado ajeno y pisotear su cultivo? o ¿Puedo interferir sin más, en sus pertenencias y estropear su casa o manchar sus propiedades?

Por eso es muy conveniente pedir a Dios que nos de claridad para entender cómo debemos respetar la Palabra y cuidar la calidad de nuestras palabras para elevar cada vez más nuestro nivel personal, social y nacional.

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