Viernes, 10 de Mayo 2024

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Jalisco en medio de la guerra

Por: Rubén Martín

Jalisco en medio de la guerra

Jalisco en medio de la guerra

El ejercicio de la violencia organizada en Jalisco y México se ha vuelto tan sistemática y cotidiana que no hay semana que no seamos sorprendidos por varios hechos extremos. Esta semana arrancó con dos sucesos impactantes: el ataque a una familia que se saldó con la muerte de los padres y el de un bebé de año y medio, y el lunes con la batalla entre fuerzas de seguridad y del crimen organizado en la colonia Chapalita.

Al igual que ocurrió con la balacera en Real Acueducto, en Zapopan al comienzo del año, a una parte de la sociedad le sorprende y le indigna más que estos episodios violentos ocurran en barrios de clases medias y altas como Chapalita. Episodios semejantes ocurren con frecuencia en barrios pobres o periféricos como Santa Cecilia, Lázaro Cárdenas, colonia Jalisco o en varias colonias del Cerro del Cuatro, pero no sorprenden igual a la sociedad tapatía. Como si fuera “normal” que la violencia ocurra en barrios pobres, pero no en colonias de clases medias y altas.

Episodios de violencia como el de Chapalita nos confirma que la violencia organizada está extendida a toda la sociedad. Tenemos qué cuestionar y entender por qué ocurre esta violencia y estas batallas tan frecuentes en Jalisco, especialmente en la zona metropolitana de Guadalajara.

Así como las explicaciones del gobernador en turno y su relato de policías buenos que persiguen a ladrones malos ya no nos sirven para informarnos de lo que realmente está pasando, la vieja y decadente teoría liberal de que el Estado tiene el “monopolio de la violencia” ya no nos sirve como herramienta analítica.

Justo lo que está pasando en Jalisco nos confirma que no son los buenos contra los malos al confirmar que una parte de las desapariciones en el estado son cometidas por elementos de las fuerzas estatales y que los grandes negocios de acumulación de capital ilegal del crimen organizado, funcionan porque son protegidos por el Estado, o al menos partes significativas del aparato estatal y toleradas y permitidas en la economía para no interferir los procesos de acumulación de capital.

Vivimos una guerra que se manifiesta en sucesivas batallas como la que padecieron con miedo los colonos de Chapalita, y meses atrás los vecinos de Las Jaujas o la colonia Lázaro Cárdenas. Son episodios de extrema violencia y uso de armas como las que se usan en todas las guerras.

A quienes se niegan a aceptar que vivimos en una guerra, basta asumir que la guerra que vivimos en México ha dejado más asesinados que la ocupación de Irak por parte de Estado Unidos, o que Jalisco tiene cuatro veces más desaparecidos que los que dejó la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.

La vieja teoría liberal no nos sirve para entender donde estamos parados. Necesitamos del pensamiento crítico que cuestiona el actual sistema de dominación capitalista para comprender la guerra en Jalisco.

A autoras como Silvia Federici que explica con claridad como la violencia y la guerra son constitutivas del capitalismo, y su utilización a qué fines responde. Vivimos una guerra, aunque no una guerra convencional entre estados o como guerra civil. Nuestra guerra es informal.

Para el caso particular de nuestra sociedad subdesarrollada sirven análisis como los del filósofo político camerunés Achille Mbembe quien ha planteado un análisis relevante para comprender la actual fase de guerra (ahora informal) y violencia que acompaña al nuevo ciclo de acumulación por despojo.

Mbembe plantea que “la hipótesis de que la expresión ultima de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quien puede vivir y quien debe morir. Hacer morir o dejar vivir constituye, por tanto, los límites de la soberanía, sus principales atributos. La soberanía consiste en ejercer un control sobre la mortalidad y definir la vida como el despliegue y la manifestación del poder”. En periodos previos de la modernidad, esta soberanía sobre la vida y la muerte, residía en el Estado y dicha facultad era uno de sus elementos constitutivos.

Esto es lo que ocurre en Jalisco: en muchos municipios y colonias de la zona metropolitana, el “monopolio de la violencia” lo tiene el crimen organizado y lo dirige no el gobernador o el alcalde sino al que llaman el “jefe de plaza”. Este ejército privado y sus dirigentes son los que deciden quien vive o quien muere, quien sigue con su vida libre o puede ser desaparecido; quien sigue trabajando normalmente, o quien tiene qué pagar “derecho de piso” para realizar sus actividades económicas.

Pero estos ejércitos privados tutores de la soberanía, funcionan a su vez porque los tolera o protege el Estado. Hay un encabalgamiento o solapamiento de “soberanías” entre el Estado y el crimen organizado y todas con la finalidad de garantizar territorios y actividades de producción y distribución de mercancías para la acumulación de capital. Es decir, los grandes negocios del capitalismo ilegal, una de cuyas multinacionales tiene sede en el estado: el Cártel Jalisco Nueva Generación.

No se cómo se pueden desmontar estos complejos procesos de entrelazamiento de fuerzas estatales y del crimen organizado, pero sí se que sirven para acumular enormes ganancias para ambos lados y que la vieja idea liberal y la inservible política de seguridad de policías persiguiendo ladrones es una fábula que encubre la realidad y que nos estorba para comprender la guerra que estamos padeciendo.

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