Jueves, 09 de Octubre 2025

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Hilda Cárdenas

Por: Maya Navarro de Lemus

Hilda Cárdenas

Hilda Cárdenas

Doblar es una acción puramente humana. No existe un doblez totalmente natural, la naturaleza está en contra de tal tragedia. Somos el “Rey Midas” de los dobleces, todo lo que tocamos es manipulado de una manera casi fantástica para torcerlo en un sinfín de formas extrañas que obedecen a las necesidades humanas.

Doblar papel, nada tan sencillo y complejo como eso. Y para la complejidad de lo sencillo, nadie como los chinos, siempre los chinos. En sus rasgos faciales, esos ojos que parecieran plegados por alguna diosa hermosa, frágil y blanca, ahí yace el secreto. Cuando el origami (doblar papel) apareció, -pues aparecer es cualidad de lo maravilloso-, doblar papel era un lujo. Sólo aquellos con un importante poder monetario y una cantidad de ocio suficiente, podían realizar semejante ostentación.

Un samurái aristócrata de cuyas manos surgían finas piezas con formas hermosas era muy diferente al campesino del cual sólo surgían callos.

Alguna vez en un cumpleaños recibí un billete con muchos dobleces. Mi padre no es samurái, las espadas que tiene son sólo de ornato, pero sabe doblar billetes con forma de camisa. Tuvo el ocio suficiente para darle una forma diferente a un rectángulo simple y también tiene las manos llenas de callos, ahora doblar papel no marca ninguna clase social. Sin embargo, alguien quien transforma un cuadrado en una grulla, posee no sólo cultura, sino también paciencia y, por qué no, posee magia.

Doblar no es cualquier cosa. Alguien que sabe los dobleces exactos para hacer, de un rectángulo, una camisa, tiene el mismo valor que alguien que sabe doblar una camisa en un rectángulo. Sábanas de cama, cobijas, playeras, todo aquello posible de doblar, no tiene otro destino que el sosiego, es cuando la paciencia se desdobla en magia.

Esta cualidad paciente, que pocas veces me visita para ayudarme a doblar, es un regalo celestial. La reverencia que hacen los japoneses y, otra vez, los chinos, es un signo de respeto.

Un implícito: “me doblo hacia ti para mostrarte mi humildad” es un gesto de un ser cordial y amable. Al doblarse no se transforman en grullas, pero la capacidad flexible siempre es bien recompensada. Así lo pregonan los yogis, un cuerpo flexible es signo de una mente flexible. Doblarse uno mismo haciendo posturas de vaca, paloma y perro, requiere la divina paciencia de los samuráis aristocráticos.

Doblamos cosas por ocio pero también para ahorrar espacio, para que se vean más lindas o por ansiedad, casi rozando los límites de la obsesión. Cada día somos más personas y nuestro espacio se reduce, entonces hay que doblarlo todo. Una fea mesa plegable tiene más beneficios que una Luis XV que no modifique su estructura. El doblez como respuesta a la modernidad. Que las cosas se desplieguen conforme las vamos necesitando, ir expandiendo nuestro derredor con cada paso. Porque desdoblar es un placer. Se necesita más paciencia para desdoblar el billete hecho camisa y cuidar que no se rompa, que doblarlo de esa forma. Lo que mi padre me dio ese día fue el regalo de descubrir que no tenía la cualidad de la calma. Abrir, desdoblar, desenrollar, desplegar, descubrir, son placeres que se disfrutan porque sabemos que hubo alguien quien lo amoldó así. Sabernos importantes, merecedores de los artilugios del doblez, nos asegura un lugar en el mundo del que dobla.

Se trata de manipulación. En un sentido más amplio, le damos valor a lo que se adecua a nuestras exigencias, porque está ahí para nosotros. Y eso lo vemos bien, pero tiene un límite. Porque, cuando quien manipula soy yo, las cosas marchan conforme a deseo, pero cuando quien manipula es el otro decimos palabras como: dictadura, abuso de autoridad u opresión. La cuestión en modificar un aparente estado natural se basa en una carencia real o imaginaria pero latente, por aquello que dice: “lo que no hay dentro se tiende a buscar afuera”. Es imposible vivir en el mundo sin modificar nuestro entorno, pero podríamos hacerlo menos, pues, no vamos de visita con un amigo para doblar sus camisas, aunque tampoco es el caso de dejar hacer origami. Se trata pues de que uno pueda desdoblarse hacia adentro antes de proyectarse en ilusiones doblegadas.

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