Jueves, 25 de Abril 2024

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Hallar el modo

Por: Augusto Chacón

Hallar el modo

Hallar el modo

La historia se puede contar periodísticamente, atenidos a los imperativos básicos: qué, quién, dónde, cuándo y por qué; los hechos, sin más ni más. Aunque la historia también se puede contar indirectamente, con imágenes, metáforas, analogías, especulaciones que, sin embargo, hagan referencia al qué, quién, dónde, cuándo y por qué de los sucesos. 

Una novela criminal, de Jorge Volpi, recuento directísimo de hechos vergonzosos. El caso de Florence Cassez, acusada de secuestro; aunque escribir “el caso Florence Cassez” es un simplismo, bien podría afirmarse el caso de Israel Vallarta y su familia, o el caso de las autoridades federales corruptas y algunos medios de comunicación y ciertos periodistas, que atestiguaron mudos y acríticos, cómplices, delitos y falsedades de las autoridades federales; o podríamos asegurar, sin faltar a la verdad: el caso de un personaje oscuro y poderoso capaz de hacer que Florence Cassez, Israel Vallarta y su familia padecieran torturas a manos de la Policía y de otras autoridades, que incurrieron en crímenes nomás porque a aquél le venían bien. Una novela criminal basada en documentos, entrevistas y testimonios exhibe al podrido sistema de justicia mexicano, con la voz del autor atenuada, apenas organizador de los qué, quién, dónde, cuándo y por qué, cuestión, esta última, que no tiene una sola respuesta, y casi todas son válidas.

El otro libro de muestra es Los divinos, de Laura Restrepo, narración magnífica de un feminicidio real, devastador. El acontecimiento está documentado, la autora lo convierte en una pieza de arte con las porciones de ficción que su maestría y sensibilidad añadieron. Y otra vez: el por qué desazona, sólo que Restrepo intensifica la desazón: al crear, volver literatura, los pensamientos, los sentimientos y motivaciones de los protagonistas los saca de la realidad vulgar y cotidiana y los torna personajes, cada lectora, cada lector, los acaba de figurar en su imaginario. Símbolos del mal, no sólo carne de noticia.  

Ambas obras, además de estupendas son eficaces: mueven, indignan, llevan a cuestionarse, mucho más que las notas del diarismo habitual, y si bien son reflejo riguroso de un tiempo específico en sociedades particulares, Restrepo y Volpi consiguen que las “anécdotas” que eligieron se vuelvan atemporales, ubicuas. 

Hoy, las trivialidades más absurdas y la ausencia de sentido común de los gobernantes dominan las pequeñas historias cotidianas de lo común, junto con la constancia de las mentiras y de las decisiones autoritarias desde el poder público, a lo que hay que sumar la repetición de atrocidades similares o peores que las inscritas por el trabajo de Volpi y Restrepo. Esto ha terminado por imponer el carácter de efímero al asombro, a la indignación, al coraje, a la voluntad por rebelarse: aparecen y desaparecen sin concierto, sin capacidad de formar una masa crítica que mueva a un cambio revolucionario. Matan a veinte como quien colecta renacuajos en un bote y así nos quedamos, renacuajos en un frasco. Los correos-e sustraídos del Ejército revelan, entre muchas otras cosas, que para evitar tener que pensar y entender, los generales y sus subordinados llaman “subversivos” a los movimientos feministas o acosan al poeta Sicilia por considerarlo un riesgo para la nación. En medio de una acentuada crisis económica, los pobres empobreciendo y los recursos públicos escaseando para lo básico, el Congreso de Jalisco, en perfecto sentido contrario y como si las últimas décadas de la política no hubieran ocurrido, determina que lo urgente es dar más dinero a los partidos, más del doble. Sí, se antoja contar lo que pasa y nuestra actitud, de otro modo, por si de algo sirviera, o al menos para no dejar.

Se recostó dolorosamente despacio. De costado para que la enfermera pusiera la inyección de líquido espeso que le provocaba tanto dolor, y de a poco; suplicio directamente proporcional al elevado costo de la ampolleta. Miró a través de la ventana, sin concentrarse en algo específico, hacia la maraña de cables que eran velo entre su vista, el cielo, las eventuales nubes, los cada vez más esporádicos pájaros y los edificios vecinos, ya no le enojó el desastre estético y funcional que es la ciudad en la que nació y en la que dentro de no mucho, al día siguiente tal vez, moriría. La inyección fue la última concesión que hizo a sus hijos: me la pondré sólo para no discutir, pero es inútil, pensó, y gastó el postrero brillo de sus ojos al murmurar: la muerte es el remedio inevitable, me espera a la vuelta de unas horas. Dejó de luchar. La enfermera le subió el pantalón y sin hacer ruido, se fue. De la punta de la aguja colgaba una gota de sangre.

O bien: El grupo de sonrientes legisladores salió al balcón de la calle Padre la Patria 111. Emperifollados, mujeres y hombres, para hacer saber que lo de moda son los excesos, de mal gusto y de precio. Miraron a la gente que a sus pies se afanaba de un lado a otro. El perspicaz del grupo tomó la palabra: véanlos -extendió los brazos como abarcando la plaza entera- ¿ustedes creen que entienden de democracia? ¿De lo necesarios que somos para sus vidas? Él mismo contestó: claro que no entienden, y los bichos raros que algo columbran no harán nada si subimos el presupuesto, salvo quejas inconsecuentes, inocuas. Nomás porque el silencio es feo (los hace parecer sumisos) una aventuró: pero es que las cosas están difíciles para la gente… Es verdad, repuso otra, por eso propongo que en vez de subir 300% la ración para los partidos, la dejemos en 235%. Todos sonrieron complacidos y ufanos de su calidad de mujeres y hombres de Estado, avezados para, sin rubor, avalar que 168 es menos que 394. Abajo, en la ciudad, en todo el Estado, al saberse la decisión, la respuesta a por qué fue la de siempre: porque así son, porque así somos. Pero, otra vez, no ha pasado de ahí. No pocas infamias aguardan por sus novelistas.

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