Eran los setenta y ser del Atlas en esos tiempos, igual que al día de hoy, era una situación inexplicable, cómo irle a un equipo que no había ganado casi nada.En mi caso aquel “flechazo” no fue por estirpe. A mi padre y a mí nos gustan muchas cosas en común pero el futbol no lo era, es decir, fue por decisión propia.Mi primer decisión siendo un niño la tomé con la madurez de un adulto, le iría al Atlas y eso perduraría hasta hoy y hasta el fin de los días.Desde la primaria percibí que era oposición y minoría en cualquier espacio, así fuera el barrio, la escuela o entorno familiar, así que aprendí a usar la retórica y el debate como mi principal arma.En una ciudad donde el arraigo del equipo rival es abrumador y mayoritario, defender mis ideales fue una constante en mi vida.Recuerdo el momento, más no el día exacto ni contra quién, que asistí al Estadio Jalisco por primera vez a ver jugar al Atlas. Recuerdo el aroma, los sonidos, y el ambiente como si fuera ayer.La magia que ahí se desarrollaba por jugadores como Berna García, Ricardo Chavarín, Pepe Delgado, Pillo Herrera, Güero Aceves, entre otros, era mucho mejor para mí que ir al Circo Atayde.Fue un miércoles, con seguridad, seguramente un juego de Copa que decidí que el Atlas y yo hacíamos un pacto, ellos harían la magia y yo estaría ahí cada que pudiera.Eran los setenta, era la época dorada de los Ford Mustang y todos ellos tenían uno y mi padre también, así que pasaría horas arriba de ése Mustang soñando que yo era Héctor Brambila.Al tiempo fui descubriendo que no era el único de mi entorno, éramos muchos que habíamos sido vacunados de la misma sustancia, sí, ésa que te inmuniza de por vida. Esa sustancia hecha a base de pasión, buen trato del balón y clase, sobre todo mucha clase….. @vfcosio
