Martes, 16 de Abril 2024

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El concierto de St. Martin in the Fields

Por: María Palomar

El concierto de St. Martin in the Fields

El concierto de St. Martin in the Fields

La orquesta londinense de la Academy of St. Martin in the Fields, llamada así porque nació y tiene su sede en esa iglesia céntrica, junto a la Galería Nacional y frente a la plaza de Trafalgar, fue fundada por el difunto Sir Neville Marriner en 1959. Desde entonces es una de las orquestas de cámara más famosas del mundo, con incontables grabaciones y sobre todo una calidad insuperable.

Gracias al Festival Cervantino, la orquesta ofreció un concierto en Guadalajara el jueves 25 de octubre. Dirigidos por el primer violín Tomo Keller, los músicos se desempeñaron con la perfección que siempre es de esperar, y el solista del concierto para clarinete de Mozart, James Burke, estuvo soberbio. El programa incluyó también la Sinfonía número 10 para cuerdas de Mendelssohn, la Sinfonietta de Benjamin Britten y la Sinfonía 40 de Mozart. El encore fue una maravillosa interpretación de la Gavota de Manuel M. Ponce.

Pero si la orquesta cumplió con creces, es muy triste no poder decir lo mismo de la sala Plácido Domingo del Conjunto de Artes Escénicas de la Universidad de Guadalajara.

Dejar entrar a los impuntuales cuando la orquesta está tocando es una majadería indigna de cualquier ciudad medianamente civilizada, una afrenta para el público y para los músicos, que deben estar todavía preguntándose en qué rancho fueron a caer.

El programa de mano es un desastre. El texto introductorio ha de haber sido redactado para otra ocasión, porque afirma que la orquesta va a presentar obras de Albinoni y Bach, Mozart y Britten. Pues de los dos primeros, ni sus luces. El programa ni siquiera se tomaron el trabajo de traducirlo al español. ¿Qué no habrá en la Escuela de Música quien ponga en cristiano eso de “Mendelssohn String Symphony no. 10 in B minor”? Y así todo.

Tampoco se incluyeron ni en esa sinfonía ni en ninguna otra obra los movimientos, cosa que, con suerte, contribuiría a que el respetable no aplaudiera entre uno y otro...

Más allá del viacrucis que es llegar al remoto norponiente un jueves al atardecer (¿cómo llegar sin coche?, ¿en qué público se pensó al ubicar allá el Conjunto de Artes Escénicas?), las máquinas que en teoría cobran el estacionamiento y accionan las barreras no sirven, con lo cual se está ante ese mexicanísimo fenómeno de “máquina con padrino/madrina”, que cobra y levanta el obstáculo a mano.  El elevador del estacionamiento a la planta baja es tamaño montacarga, donde fácilmente caben doce personas. Pero el padrino del elevador indica que no suban más de seis. Qué miedo, ¿estará bien hecho?

Al llegar al enorme vestíbulo, donde está montada una exposición de artes plásticas, no hay un solo letrero que diga por dónde se va a la sala Plácido Domingo. La dulcería es como la de cualquier cine, sin ningún encanto ni comodidad. En el techo de la sala hay un panel de madera puesto al revés y nadie parece haberse percatado (lleva así desde que la inauguraron).

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