Jueves, 25 de Abril 2024

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El amor de España por Cataluña

Por: José M. Murià

El amor de España por Cataluña

El amor de España por Cataluña

Se pueden escribir libros enteros con frases de próceres españoles que muestran la animadversión que sienten muchos de ellos por Cataluña, aunque no faltan algunos que perciben que tantas agresiones de palabra y obra justifican que los catalanes quieran tomar otro camino.

Así le decía Unamuno a Azorín en 1907:

“Merecemos perder Cataluña. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera)”

No en vano, agrego yo, sexos y sesos tienen para ellos exactamente la misma fonética…

En 1640, el tal Francisco de Quevedo, escribió:

“En tanto en Cataluña quedase un solo catalán y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigos y guerra”

Y el pillastre redomado Conde-duque de Olivares, hacía honor a su estirpe ordenando:
“reducir Cataluña a los usos y costumbres castellanas”

¿Entenderá lo que quiere decir el “respeto al derecho ajeno” y el precepto cristiano de “no hacer a otro lo que no quieras para ti”?

¿Qué decir de los progresistas contemporáneos, como Felipe González, quien paulatinamente fue exhibiendo el verdadero cobre de su ralea? 

Si usted piensa que son formas antiguas ya superadas véase este espléndido ejemplo de modestia y respeto democrático de Manuel Azaña, quien fue presidente de la República Española. Data de 1939, cuando la Guerra Civil la habían ganado ya prácticamente los fascistas.

“Una persona de mi conocimiento asegura que es una ley de la historia de España, la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero[sic]. Pero ante estas cosas me indigno. Si esas gentes van a descuartizar España, prefiero a Franco.”

Muy bien parido por el régimen franquista, en 1983, en plena peculiar “democracia”, Leopoldo Calvo Sotelo escribió lo siguiente:

“Hay que fomentar la emigración de gentes de habla castellana a Cataluña y Baleares, para así asegurar el mantenimiento del sentimiento español”.

¿Qué decir de los progresistas contemporáneos, como Felipe González, quien paulatinamente fue exhibiendo el verdadero cobre de su ralea? En 1984, por ejemplo, pontificó, al estilo presuntuoso de Azaña y compañía:

“El terrorismo en el País Vasco es una cuestión de orden público, pero el verdadero peligro es el hecho diferencial catalán”.

¿Habrá oído hablar el sujeto de marras, del derecho de autodeterminación de los pueblos o es de aquellos especímenes que gustan de la democracia solamente cuando los votos les favorecen?

Podríamos agregar muchas muestras más de la botonadura de trasfondo fascista que con un tono u otro pervive en España porque forma parte de su idiosincrasia, pero cerraremos con una de las muestras más cínicas de la imbecilidad borbónica, en este caso avalada por el tal Juan Carlos I: “Nunca se obligó a nadie a hablar en castellano”.

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