Imaginemos, por un momento, las condiciones afectivas y de manutención en las que viven 1.6 millones de niños y jovenes bajo la condición de huérfanos; imaginemos, por un momento, que de esa cantidad, tan solo 30 mil son atendidos con casa, comida y sustento viviendo en orfanatoríos privados o en albergues públicos; el resto deambula de aquí para allá en espera de… nada, de nadie. Según INEGI el país dispone de 753 albergues, no se tiene el dato de cuántos huérfanos viven en estos orfanatorios, pero amén de su capacidad de espacios es un hecho que la mayoría de los huérfanos en nuestro país son huéspedes de la calle.El ejercicio de la adopción, acto por cierto derivado de un sentimiento de la mas alta caridad humana, aunque lamentablemente poco practicado, presenta rasgos verdadera y explicablemente curiosos, por ejemplo aquellas personas que deciden adoptar, tienen preferencia por los niños varones, igual se inclinan por edades de hasta siete u ocho años y para el colmo y tristemente llevan mas posibilidades de ser adoptados los “gueritos” -esa insita tendencia discriminatoria que quizás venga asilada en algunos de los genes del ser humano-.La primera conclusión emanada de esta cifras es que el país tiene una gran deuda con este colectivo, deuda histórica que consiste en que en estos momentos 1.6 millones de huérfanos piden ser incluidos en el tejido social.La hasta cierto punto la indiferencia que se ha mostrado para atender el fenómeno de los niños huérfanos está marcada por posturas frívolas y una dosis de egoísmo. Se evade la responsabilidad con argumentos quizás validos pero ciertamente corregibles, por poner un ejemplo, la duda de saber las condiciones sociales, económicas y culturales que tuvieron los padres, las razones del abandono y el estado de salud del adoptado.Para muchos, estas dudas, parecieren suficientes para cancelar la intención de adopción, sin embargo no consideramos que se trata de ejercer un principio ético y fundamental, de mantener la fe en la bondad humana, de escuchar la voz del amor al prójimo. Nos debemos conmover cuando conocemos realidades brutales y sórdidas como son el abandono de los hijos, abandonos que terminan por orillarlos a vivir en rincones claustrofóbicos y desesperanzados.¿Será que a través de los siglos los seres humanos aun no hemos aprendido la anatomía del alma y sus espacios de solidaridad? La vida de todo ser humano transcurre marcada por una serie de casualidades no libre de obstáculos, accidentes que en ocasiones parecen bromas amargas del destino. Conciente o inconcientemente vivimos preparados para soportar amarguras, vaya hasta tragedias, pero de pronto quedar huérfano es quedar expuesto a que la injusticia, la violencia, el odio, el desamor tengan la última palabra.El viaje de vida de estos seres humanos solo cuenta con dos opciones, orfandad en soledad, orfandad en compañía. En estos tiempos, la cultura de indiferencia en los mexicanos queda por encima de la de solidaridad, no nos distinguimos por practicar una clara y arraigada vocación altruista, desgraciadamente actuamos ante las condiciones vulnerables de los demás con la máscara puesta de la hipocresía y el egoísmo. ¿Caminamos hacia estadios de culturas incluyentes, cada uno responda?