Cuando tomamos el poder encontramos al país al borde del abismo. Con gran aplomo, hemos dado un paso al frente. Este clásico del humor político sintetiza muy bien el discurso de los últimos días del Presidente López Obrador. Dice haber encontrado un país en ruinas por la violencia y la corrupción, al grado de tener que apoyarse en las Fuerzas Armadas para combatir el crimen (¿dónde he oído eso?). En la misma mañanera acepta que en este sexenio ha habido más homicidios que en cualquier otra administración, incluyendo la de Calderón y Peña Nieto, aunque dice, con menos violencia (al parecer en este sexenio los asesinatos se realizaron con abrazos, no con balazos). Las cifras, ya de por sí horribles, no contemplan más de 60 mil personas desaparecidas, que para la 4T son invisibles.En la misma semana, el gobernador de Zacatecas, David Monreal, señala con gran naturalidad que la violencia en Fresnillo, los nueve muertos y los bloqueos, es el costo por la pacificación, la reacción de los malandros por las acciones del Gobierno combatiendo ferozmente a los criminales (¿dónde he oído eso?). El mismo gobernador que hace unos años recomendaba rezar para combatir la criminalidad, hoy repite los argumentos que tanto oímos en el sexenio de Calderón.El gran fracaso del Gobierno obradorista es la seguridad. Y vaya que hay temas que compiten por el premio “el gran fracaso del sexenio”, entre ellos salud y energía, donde los resultados son catastróficos. Pero sí la seguridad es consistentemente la mayor preocupación de los ciudadanos en las encuestas es porque el deterioro va más allá de las cifras y el combate estadístico de la delincuencia. Es cierto que hay otros delitos en los que las cifras bajaron, como podría ser el caso de robo; sin embargo, no es porque haya más seguridad sino porque cambió el perfil delincuencial: hoy lo que ha crecido en todo el país es la extorsión, el cobro de piso y el control territorial. Son por supuesto delitos que no se denuncian. El Presidente está viendo cómo se acerca rápidamente el final de su sexenio. Dentro de tres semanas habrá Presidenta electa y aunque la que gane sea de su propio partido, su elegida y consentida, muy pronto, en unos cuantos meses comenzaremos a escuchar las frases mágicas de la política: me dejaron un desastre, esto es un cochinero, está peor de lo que imaginamos. La pesadilla más grande del Presidente, que lo comparen con Felipe Calderón por haber aumentado la violencia y militarizado el país, está a la vuelta de la esquina de convertirse en realidad. ¿Ayudará a la narrativa obradorista que el Gobierno sea de su propio partido? Me temo que no. Para que viva el nuevo Tlatoani hay que matar al viejo Tlatoani. No eres tú soy yo, necesito mi espacio (¿dónde he oído eso?).diego.petersen@informador.com.mx