Jueves, 18 de Abril 2024

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Dicho sea, con todo respeto (no es cierto)

Por: Augusto Chacón

Dicho sea, con todo respeto (no es cierto)

Dicho sea, con todo respeto (no es cierto)

El país Clave de lectura: en donde dice “país” puede entenderse estado o municipio. como el sambódromo de Río de Janeiro: sus costas, llanuras, montañas y valles, las tribunas con el público; los 550 metros del pasaje central, soporte del aparato institucional en desfile permanente. Hilera inacabable de carros alegóricos: el carruaje de los generales, el de los civiles como generales, el de los cachorros de la Revolución, el de los licenciados, el de los economistas, seguido del de los tecnócratas, ahora pasa el de los transformadores como generales, algo nunca visto: su tonada desafina, la lírica de sus versos insinúa que ahora sí, pero las más de las veces luce que no, ya se avizora la terminación de su revista y hace cabriolas como para dar vuelta en U, como si intentara no irse, para no acabar de irse. El carnaval perpetuo de la política; gritos, bailoteo, desfiguros, fuegos artificiales, aplausos, excesos, intensidad en los figurantes apenas entran al sambódromo; se desviven por arrancar el aplauso, el cariño, el reconocimiento del público que, generoso, los retribuye según la grandilocuencia de su marcha, los guiños seductores que incluyan en las letras de sus cantos, lo vistoso de las cabriolas que practiquen y la cantidad de saltimbanquis y payasos que acompañen su paso; abucheos, decepción y encono al terminar el tramo de gloria que les estaba reservado. Todos entran y hasta ahora, acabalado un siglo, todos han salido, de casi ninguno queda algo más que fotografías desvaídas y el recuerdo, ése sí imborrable, de su partida. Pero no importa, o hasta la fecha no ha importado: la sucesión de carros alegóricos no dimite y tampoco se agotan las ocurrencias para decorar los vehículos.

El público, fijo. Los pocos que tienen para pagar asientos de barrera son los mismos, los muchos y muchas que se apretujan en la parte alta también. Los enlaza la fatalidad: están anclados a sus asientos y a su papel de espectadores. De pronto algunos de gayola bajan y otros de los palcos suben, nada que cambie el estado de cosas, meros amagos contra la selección natural.

Hacia la mitad de su desfilar, la cinta engomada con la que pegan sus pastiches (el de la democracia, el de la batalla contra la corrupción, el del fin de la pobreza) pierde eficacia; el yeso con el que figuraron la justicia, la división de poderes y la (su) Historia, se resquebraja, las grietas son reflejo del sudor que escurre por los cuellos de los gobernantes en fuga; y los carteles con los que alegorizan la (su) economía lucen emborronados, qué dice, se preguntan los parroquianos: ¿nacionalismo desnacionalizador de lo privatizable? ¿Fin del neoliberalismo en los confines de Palacio Nacional? El caso es que, a la mitad de su camino, los signos con los que arrogantemente entraron al sambódromo están en curso de diluirse; lo que puede más o menos, según ellos, rescatar el garbo de su paso o al menos sacar a flote algo de su dignidad, es mostrar a la concurrencia algunos avisos que justifiquen su talante desvaído, que den sentido, suponen, a su discurrir por la pasarela:

Disculpe las molestias que causan los homicidios dolosos, estamos en vías de construir una paz a todo dar, y no vamos mal. Disculpe las molestias que provoca la falta de agua o de seguridad social o de certeza jurídica o de igualdad, haremos un plan de emergencia para atender estos males que, sépanlo, nos heredaron. Disculpe las molestias que causan las mujeres exigiendo derechos, es inusitado que ahora nos salgan con que hay mujeres. Disculpe las molestias que ocasiona la basura, ya pronto la acumularemos más allá.  Disculpe las molestias que la pobreza acarrea a los pobres, ya afinamos la estadística para que aquélla reciba su merecido y que los pobres sigan en lo suyo. Disculpe la molestia que nos inflige la libertad de expresión, nadie puede todo: o nos hacemos cargo de tanta bronca que tiene la gente -originada por nosotros- o nos concentramos en desmentir las verdades que los medios y sus periodistas dicen sobre las investiduras que merecidamente ostentamos, y lo primero es lo segundo. (Dicen que existía un letrero que comenzaba  con la leyenda: Disculpe las molestias que causa la corrupción, alguien se lo robó).

En este punto del sambódromo, cuando el carromato, cualquiera, pasa ya la distancia media de la calzada y deja atrás los afiches que no fueron suficientes para elevar el espíritu del público (carteles que el que sigue recogerá para a su vez usarlos), comienza a escucharse la algarabía de los asistentes cercanos a la entrada, sienten acercarse otro carretón de oropel efímero que renovará la emoción y la esperanza.

Los reflectores que el sambódromo concentra, el ruido ensordecedor, el vocerío inentendible, la atención de los comunicadores en la tele, la radio, la de las redes sociales y las oleadas de buenas expectativas y luego las de desilusión, dejan en las y los inamovibles asistentes al espectáculo de la política, la impresión de ser testigos del todo, del no hay más, del juego mayúsculo del destino patrio: aquí, con estos, nos jugamos el resto. Mientras, en los inmensos y populosos alrededores del sambódromo tiene lugar la vida cotidiana de las y los habitantes del país (véase la nota al final) que sí resienten los efectos del ridículo consuetudinario, de la simulación, del fingimiento que en aquél suceden y, no obstante, se las ingenian, no nomás para resistir, para crear, para formar una economía y una cultura plural, hacer ciencia, educar, dar espacio a la solidaridad y soportar, con las inevitables contribuciones que hacen al erario, al inane sambódromo del carnaval político nacional.

agustino20@gmail.com

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