Atmosféricas. Zorba & Zorba. Alineación de absoluto lujo en la ofensiva de la casa contra el tiempo, por el buen ánimo, contra las desdichas obligadas. Zorba el mayor se guarda en la amplia bolsa su ejemplar imaginario de las Meditaciones de Marco Aurelio; va a dar allí con los hallazgos del día, junto a la visión de la madrugada rumbo a la cotidiana faena, junto una granítica y humilde fe en la Providencia, junto a la recia atención por los primeros brotes del jardín. Zorba el viejo se sabe el patriarca de la heredad, aquél bajo cuyos augurios todo ha de suceder. La muchacha de los sábados es ahora una de sus patrias, y su presencia secreta imanta sus pasos a lo largo de las semanas. Con un señorío distante y justo imparte los buenos días para quien por sus dominios pasa. Pero está bien atento a las bulliciosas evoluciones de Zorba el joven. Llega éste en una rauda y festiva bicicleta, como una lechuga después de cruzar en tiempo récord media ciudad. Contará entonces las maravillas avistadas, los dichos de ayer noche en la tertulia de una banqueta bendecida, el recuerdo de una fábrica en donde enseñaba a los chiquillos a dar maromas en las mágicas máquinas de hacer plásticos. Algo dice casi siempre sobre un señor que ya no está, sobre sus tristezas y ocios, sobre su invariable gallardía frente a las momentáneas derrotas. Pero no se demora tanto Zorba el joven. Recoge las minuciosas noticias de la casa, se pone al tanto de los afanes diarios, reconoce sus territorios. Y acomete en medio de risas festivas el quehacer que tan bien asume. Zorba, el maestro albañil eximio, el jardinero de la mano justa, y Zorba, el trabajador inveterado, el mensajero de las alegrías pasajeras y rotundas. Zorba & Zorba montan campamento y lugar del vigía en el túnel penumbroso que continúa el jardín. Frugales y magníficos alimentos terrestres, intercambios de impresiones sobre lo divino y lo humano, largas contemplaciones de la luz, del aire de los días. Es ésa la oficina, es éste el invaluable trasiego que dejan ahora, mientras vencen a sus fugaces predicamentos, dos de los sabios que alegran, que justifican, estos días.**Fotografías contadas. Hace muchos años y al pie de una casa perdida, los convidados dejan su vera imagen a la frágil corriente de los años. Era previsible la celebración del instante, las ansias de los convidados por capturar de algún modo esa inextricable plenitud que a cada quien dio la visión de una casa en construcción, de una morada en su marcha hacia el futuro. Alguno de los presentes, para explicarse la incomprensible y diáfana complejidad de la composición la llamó, “la caja del mago”. Una suerte de laberinto cristalino excavado en la piedra viva, en el inopinado tepetate que confería a todos los lugares una parsimoniosa luz dorada. Un pasaje, que a la luz de los años remite al imposible andén de Harry Potter, se abría con pasmosa naturalidad entre dos muros. Un camino secreto entre la vigilia y las estancias del sueño, una ascensión hacia una última luz. Es así que los visitantes iban y venían, que un cierto silencio descendió sobre sus pasos mientras trataban de hacer titubeantes apuntes de lo visto, del asombro que parecía provenir de alguna olvidada premonición.**El bello verano, una inquietante canción de Primal Scream:Nos encontramos al otoño, otoño americano Hermana y hermano, gemelos de misma alma Tuvimos al amor y fue entonces extraño Más fuerte que el mal más oscuro que Más oscuro que la nocheBello verano, verano de amor Era mi amante y ahora ha partidoEs el amor la droga, amor es el demonio Amor es maldición, lúbrico como el pecado Oh, amantes asesinos, quieren robarte el almaOh, amantes asesinos, quieren guardarte Quieren matarte el almaBello el verano, verano de amor Era mi amante, ahora tan pronto se ha idoCaí como un niño entre sus brazos Hundido hasta sus entrañas, ahogado en sus tormentas Las ciudades de la violencia son tristes, enfermas almas de concreto Que explotan en éxtasis de amor Y de sexo, sin miedo ya a la muerteBello el verano, verano de amor Era mi amante, tan temprano se ha ido**Nadie nunca podrá decir de cuál lado de la vigilia fue la epifanía. Tan delgado el hilo, tan afilada la hoja de la espada que rasga los amaneceres que ahora continúan. Oscuro todavía el aire, abierta como siempre la ventana. Llegan las notas como en un desfile solemne y de algún modo discretamente festivo. Toman a poco volumen, hasta que el registro se establece. Vagamente se reconoce que es a Bach que el aire de la madrugada interpreta. Y entonces un torrente de mañanas que cantan irrumpe en el cuarto, lo toma gozosamente. Es quizás el carrillón del Expiatorio, es quizás más bien la memoria que juega sus juegos sobre el lienzo inmaculado de la mañana que despunta. A saber.jpalomar@informador.com.mx