Jueves, 25 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. El maestro jardinero goza el verano. Pondera las lluvias, adivina el nivel que ya tendrán las aguas sobre el muro que él construyó en la casa de la laguna. Ufano, hace notar los esplendentes verdes de su jardín, el vigor de ciertas plantas, el agradecido florecimiento del jazmín. Ya echado a andar el tren del temporal, las lluvias se suceden con maravillosos ritmos. Las madererías del cielo, ah López Velarde, organizan sus estruendos, el cosmos toma instantáneas con sus relámpagos de las visitas de las tormentas, el rayo cae donde desde siempre estuvo destinado para este preciso día. Todo da gracias, acata el prodigioso orden del mundo.

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Jorge Luis Borges hace un sabio elogio del libro:

De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.

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No haber ido a San Michelle.

Después de cinco largos veranos de labores incesantes desde el amanecer hasta el ocaso San Michelle estaba más o menos terminada pero había aún mucho que hacer en el jardín. Una nueva terraza debía disponerse atrás de la casa, otra loggia debía ser construida sobre los dos pequeños aposentos romanos descubiertos en el otoño. Acerca del pequeño patio del claustro le dije al maestro Nicola que mejor deberíamos demolerlo. Ya no me gustaba. El maestro Nicola me imploró que lo dejara como estaba, lo habíamos ya demolido dos veces, si continuábamos demoliéndolo todo tan pronto como estaba construido, San Michelle nunca estaría terminada. Le dije al maestro Nicola que la manera correcta de construir la propia casa era demoler todo no importa cuántas veces y comenzar de nuevo hasta que tu ojo te dijera que todo estaba bien. El ojo sabía mucho más de arquitectura que lo que saben los libros. El ojo era infalible, siempre y cuando confiaras en tu propio ojo y no en el ojo de otras gentes. Mientras miré otra vez pensé que San Michelle se veía más bonita que nunca.

Imposible no acordarse de Luis Barragán y de su maestro Pianito. Axel Munthe habla de su célebre casa en Anacapri, en sus espléndidas memorias que se llaman La historia de San Michelle. Situada en lo más alto de unos acantilados sobre el golfo de Nápoles, una antigua esfinge mira el mar y custodia los jardines, en la villa prodigiosa construida sobre ruinas romanas, configurada con venerables fragmentos, y que fue compuesta piedra a piedra a principios del siglo XX por el excepcional –y un poco vanidoso- médico sueco. Total, de los lugares que aguardan al final de un peregrinaje. Quisieron los hados que no fuera tal la visita. Un pie roto, una plaza encantadora en el umbral de San Michelle, varios spritz, muchachas bellísimas rumbo a los jardines, el rojizo resplandor que es todos los ojos. Y que ve mucho más lejos.

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Nombres de canciones que, independientemente de su contenido real, son toda una puerta a la imaginación, una invitación al viaje, un punto de partida hacia regiones desconocidas de la sensibilidad. La patrulla de la nieve convida así a la memoria de los olivares en las laderas del Pentélico, al llano que alumbra el destello del Mediterráneo en los altos jardines de Les Colombières, a los viñedos bordeados de olivos de Burano. Allí, transcurrió lo más alto de la amistad, brilló el prosecco, las mujeres esplendieron con su más íntima belleza. El caso es que la canción de Snow Patrol, reencontrada al azar del aporreado tocadiscos, se llama An olive grove facing the sea. Un olivar a la vera del mar. Un olivar de cara al océano. Un olivar frente al piélago…

Jurado en el secreto, puede que vaya después de la escuela/ ella era un ángel, por allí la miré nadar/estoy tan confundido que no puedo enfrentarlo/ella nomás me enciende, pretende que aquí no puede verme// Así que déjame subir puedo ser aire fresco/ quedarme toda la noche contigo, nomás déjame quererte/ nomás por un rato o dos/ pasar toda la noche contigo, estar toda la noche contigo// hasta dormirme, hasta dormirme/ nomás déjame estar aquí, a nadie le diré/ no quiero despertarte, no quiero despertarte// el ciego guía al ciego, así que no puedo evitar hallar mil camino/ esto podría ser el cielo y no sé dónde estoy/ demasiado asustado para salir de mi escondite/ mi cuerpo duele y siente que se disuelve// así que déjame subir puedo ser aire fresco/ quedarme toda la noche contigo, nomás déjame quererte/ nomás por un rato o dos/ pasar toda la noche contigo, estar toda la noche contigo.

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Fogatas que fueron. Blue blooded girls of independent means… (Es un verso de la célebre canción de Frank Sinatra que se llama It was a very good year.) Podría transponerse en algo así como Muchachas de sangre azul de posibles. Niñas fresas adineradas. Mujeres catrinas de medios independientes… Es un raro espécimen, pero hay algunas. Flotan por la vida con innato desparpajo, nietas y tataranietas de próceres de los que vagamente tienen noticia, flor y gala de sus ciudades, últimas de su estirpe. Serrat algo habla de ellas en una canción que ya nunca canta en sus conciertos: Muchacha típica: Son modas aristocráticas/ en cierto modo simpáticas/ que ejerce hasta la vejez./ más te sientes en su tálamo/ como a la sombra de un álamo/ un verano en Aranjuez. Frecuentemente casan mal, a veces corrigen y asumen una orgullosa soledad. Viajan, de repente leen, frecuentan casas con grandes jardines, veleros u hoteles discretos. No lo saben, pero con ellas se extingue una de las almas de sus pagos. Encaran la vejez con bravura, y saben que cualquier afeite será al final, frente a la calavera, en vano. Unas pocas llevan en su bolsa un viejo rosario. Se cruzan a veces con las muchachas del pueblo llano, reconocen sin rubor su preeminencia: más bonitas y vitales, sangre bullente y poderosa que contrasta con su languidez, frescura frente a un futuro carente de la pesada carga del abolengo cansino. Saben que, en un mundo nuevo, habrán de sustituirlas alegremente. Las muchachas de sangre azul de posibles, pájaros rarísimos, fogatas que fueron, que a veces milagrosamente son, avistadas con frecuencia o nunca, siguen interperritas su destino, ay, tan fugaz.

jpalomar@informador.com.mx

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