Viernes, 26 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

  Atmosféricas. Como don Pablo Santillán y Luna, espejo de carpinteros, orgullo de los ebanistas que han sido, la lluvia trabaja toda la noche los dominios ganados. Insiste sobre la enredadera, barniza con infinitos cuidados las ramas del guayabo, garlopa los viejos troncos derrotados del granado, pule con primor cada hoja de los colomos… La muchacha portuguesa de las saudades manda anunciar el día y la hora exacta del equinoccio de otoño. Y, pasmosamente, sucede. Vira pues el año y las madrugadas se vuelven más arduas. El maestro jardinero, en su invariable condición interperrita, reporta del jardín de la laguna. Nomás muestra alguna alarma ante la acumulación de hojarascas que rodean a la casa y que, ya en las secas, puedan desencadenar un incendio que algún cabrón prenda. Reporta la cota de la laguna contra la barda de piedra, informa sobre la construcción de una nueva capilla, para cuyo efecto quitaron un gran trecho del lienzo del camino real. A la distancia, es posible mirar al viejo Zorba impasible, respirando a plenos pulmones el aire lacustre, y haciéndose, quizá, la pregunta central: ¿Cuántas veces más? De regreso, levanta del prado las guayabas caídas, lamentando una vez más no haber encontrado aún el remedio para la “broca”, para los gusanos que echan a perder la fruta. Pero los esféricos planetas dorados siguen, también impasibles, formando sus constelaciones. Una que cayó en la terraza de la pérgola alineó misteriosamente cinco elementos en perfecta línea recta, marcando con exactitud la dirección austral-septentrional. Signos y señales: ¿quién podrá leerlos, rojizo resplandor?

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    México. Temor y temblor. Mientras el cuarto completo vibraba y se transfiguraba en un ámbito de turbulento vuelo, al que pasa le viene instantáneamente al recuerdo una canción de Morrisey: A Thursday you’ll be dead. Va a haber, indefectiblemente, un jueves en que estarás ausente. Y apenas era martes, y todo aquello brincaba y se ladeaba con los terribles crujidos de un barco que se va a pique. Ver el reloj: una de la tarde con catorce minutos, medir la duración del telúrico fenómeno: era lo más útil. La histeria se fue levantando como una ola. Algunas gentes gritaron y corrieron hacia la salida, otras, incomprensiblemente, se amontonaron tratando de entrar en el atestado pasillo que llevaba al avión en espera. Claro: avión igual a largarse. La calle vacía, la gente demudada tratando de hablar con sus gentes, una sensación de inminencia ominosa que se podía cortar con tijeras. Era una figuración o era lo que se veía: pálidas nubes de polvo a lo lejos, marcando el lugar de los derrumbes. Planeta Tierra llamando a sus huéspedes temporales: “Con un poco más que aumente mis temblores su civilización completa se va al diablo. Es cosa de subirle no mucho a la escala que ustedes llaman de Richter. Cada quien saque su moraleja.” Frida Sofía este 19 de septiembre, Monchito en el de 1985: dos fantasmas, el alma de toda una ciudad acongojada en busca de sí misma, de la sensatez que impida levantar tantos edificios estúpidos y asesinos, del sentido común que nos guarde un poco más de las catástrofes, de todos los perdidos. Una muchachita, Tiny Dancer, camina buscando donde poner provisionalmente su casa. Siempre, siempre, el vuelo liviano de sus pasos hallará refugio y cariño. Como en Tlalpan. Los hallen también tantos y tantos aquejados por temblores y huracanes en este país. Lo que es seguro es que una piedad incombustible levantará hasta la última casa humillada, y que en la más remota capilla hendida por el desastre volverán a arder las veladoras del consuelo.  

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    De transcripciones:

    “Muchacha encontrada al azar. Dónde reside su poderío, se pregunta, obsesionado. En qué precisa naturaleza de sus gestos, que como sin querer convocan transportes de gozo y tempestades, reside esa electricidad que atraviesa el alma, que penetra por la frente y avanza hasta la última médula en llamas. Devastaciones definitivas indefectibles desastres derrotas del corazón: nunca se sabrá. Quedan unas cuantas fotografías, que son como ascuas que traspasan los ojos, que siguen ardiendo en las pupilas como, cuando niños, queríamos ver el sol. Ver cómo era de adeveras el sol. En una imagen está allí, en Xilitla. Las columnas imposibles de Edward James convocan a todos los alados surrealistas, llaman a pájaros de lumbre y esmeraldas, intentan abrazar a la selva indómita. En la plataforma, sola, casi desnuda, se yergue la muchacha como un surtidor de plata y maravilla. Su tímida majestad es arrasadora: es claro que fue precisamente para ella, en este día, que Edward James levantó todos estos jardines. Es evidente que, así como esa vez se desvaneció en la indiferente eternidad, así se desvanece el inexistente azar de entender, en la penumbra, de qué está hecho ese cuerpo de azafrán y miel purísima, cuál es el gesto que anuncia, en la altura del delirio, la presencia del relámpago del gozo. Es Nadja, cada vez, y nomás André Breton supo pronunciar el nombre que liberó al prodigio.”

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    De Genesis en Wembley, 1987. La catedral mundial del futbol estaba llena, por cuarto día consecutivo, hasta las banderas. Genesis es la más alta banda de rock de todos los tiempos. Con Peter Gabriel y sin Peter Gabriel. Rotunda y discutible afirmación: pero, para el que aquí pasa, es una realidad del tamaño de una casa. (Bueno, Pink Floyd puede que empate, y a ratos los Stones…) Hay una canción que por motivos que no vienen al caso viene ahora al caso. Se llama Casa junto al mar. Va una versión.

    Acechando desde el lado ciego, escalando el muro

    Escabulléndose a través de la oscuridad de la noche

    Trepando por una ventana, pisando ya el suelo

    Mirando a izquierda y derecha

    Levantando los pedazos, guardándolos luego

    Algo se siente que no anda muy bien

    Ayúdeme alguien, déjeme salir de aquí

    Entonces desde la tiniebla de repente se oyó

    Bienvenido a la casa junto al mar

    Saliendo de los maderos, a través de la puerta abierta

    Empujando desde arriba y desde abajo

    Sombras sin sustancia, en la forma de hombres

    Alrededor y debajo y de lado van

    Derivando sin dirección, ojos que abrigan desesperanza

    Entonces a una señal se lamentan

    Ayúdenos alguien, déjennos salir de aquí

    Hemos vivido tanto tiempo intocados

    Soñando con el tiempo en que éramos libres

    Hace tantos años

    Antes del tiempo cuando por primera vez oímos

    Bienvenidos a la casa junto al mar

    Siéntate, siéntate

    Mientras revivimos nuestras vidas con lo que te decimos

    Imágenes de la desdicha, retratos del gozo

    Cosas que construyen una vida

    Días sin término del verano, noches de más larga tristeza

    Esperando la luz de la mañana

    Escenas sin importancia como fotos en un marco

    Cosas que construyen una vida

    Ayúdenos alguien, sáquenos de aquí

    A los que vivimos tanto tiempo aquí intocados

    Soñando con el tiempo en que éramos libres

    Tantos años hace

    Antes de que por primera vez oyéramos

    Bienvenidos a la casa junto al mar

    Siéntate siéntate

    Porque no vas a ningún lado

    Así que con nosotros quedarás

    Por el resto de tus días. Así que siéntate

    Mientras revivimos nuestra vida con lo que te decimos

    Déjanos revivir nuestras vidas con lo que te contamos.

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    Calles de Londres. Otra muchachita cruza ahora Hyde Park, y llueve. No sabe que desde que llegó, a medio mundo de distancia de allí, el lugar preciso de la antigua Londinivm se encendió misteriosamente en cierto globo terráqueo. Ahora el globo gira sin ninguna explicación, y la casa repite el eco de sus pasos. Niña de Londres, vaya siempre la bendición de las flores formando una corona sobre su clara frente.

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