Miércoles, 21 de Mayo 2025

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Desde el espejo

Por: Vania de Dios

Desde el espejo

Desde el espejo

Mía ya ni siquiera se fija si la gente se le queda viendo o no, le da igual. Siempre voltean a verla. Tiene 34 años y pesa apenas 26 kilos (lo que una niña de 10 años). Sueña con ir a la playa, tocar la arena y ver el mar; no importa que su delgadez atraiga las miradas, nadie sabe lo que ella vive: tener anorexia, dice, es un infierno.

“No es una ‘moda’ de niñas huecas y mil cosas más que dicen, es el cúmulo de muchos factores que quizá otras personas también pasan situaciones similares, pero no son propensas o no tienen el gen y nunca desarrollan un trastorno alimenticio”, me explica. 

¿A qué “gen” se refiere Mía? En los últimos años los especialistas señalan que, entre los factores relacionados con la anorexia, existe una predisposición genética; esto, aunado -en un altísimo porcentaje- a razones estéticas, a la influencia del entorno, estrés y obsesividad, entre otros elementos.

¿Qué comes en un día? “Café. Cigarros. Y cuando como algo, sea lo que sea, lo vomito; no tolero sentir nada en el estómago. Ni física ni emocionalmente”, responde. Sobrevive con antidepresivos, estabilizadores del estado de ánimo, ansiolíticos... Hay quienes padecen anorexia sin acceso a medicamentos. 

En las fotos que comparte en sus redes sociales es evidente la delgadez extrema, pueden verse sus costillas, el hueso de la cadera, de sus hombros… y, en ese frágil cuerpo, la mirada profunda de una joven que trata de encontrarse. Se estima que en México cada año hay 22 mil casos nuevos de bulimia y anorexia, tres de cada cuatro son mujeres. “No puedes pensar en nada que no sea cómo te ves o, si sientes que subiste de peso, no puedes tolerar que los demás te vean”, describe.

Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son progresivos, un camino en el que van generándose hábitos dañinos para perder peso. A Mía le han pedido tips, trucos y mañas para adelgazar a ese grado; ella les advierte que no les gustará vivir así, que mejor se traten y pidan ayuda. “Sé lo que es y no son tips de maquillaje, ¿sabes? Yo jamás aconsejaría a alguien que quizá ya está pasando por esto, para que pudiera hacerse más daño aun, es el infierno”, sentencia.

A Mía han tratado de rescatarla sus padres; nunca la han soltado. La primera vez que la internaron tenía 16 años, estuvo tres meses en una clínica para trastornos alimenticios. “Ahí no interesaba cómo te sentías emocionalmente: su misión era que si los papás veían que ganabas peso, para ellos estaban haciendo bien su trabajo”, recuerda. La llevaron contra su voluntad y no quiso quedarse más tiempo; antes de salir, su terapeuta le hizo un desafortunado comentario. “Me dijo: ‘¿ya te vas?, no estás lista, vas a salir y te vas a dar en la ma...’”. La sentenció.

La segunda vez que la internaron fue hace un par de años, en Oceánica, también obligada; se asustó cuando la terapeuta (otra) le advirtió que permanecería ahí durante meses. Estuvo sólo una semana porque, al final, la corrieron. Ha sobrevivido casi 20 años con anorexia crónica.

Por la condición de su cuerpo, las hospitalizaciones han sido frecuentes en los últimos 10 años. “La última vez que estuve hospitalizada, (el médico) dijo que me daba de alta con la bendición de Dios, que ya no podía hacer nada”, cuenta. Le pronosticó máximo seis meses de vida.

“No sólo los trastornos alimenticios, cualquier trastorno mental no son broma, ¡no queremos estar así”, dice Mía tajante, mientras sigue de pie, resistiendo un día a la vez, sin saber cómo volver a habitar un cuerpo sano, al que ame y cuide, en el que se sienta libre, feliz, tranquila; no atrapada en un infierno. 

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