Viernes, 03 de Mayo 2024

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Democracia y personificación

Por: Guillermo Dellamary

Democracia y personificación

Democracia y personificación

El estilo de partidocracia, que estamos viviendo, en realidad nos conduce a que por un lado elijan las masas, que ignoran lo que sucede en nuestro país, y por el otro a guardar un culto a los candidatos, que tampoco se lo merecen.

Si bien la revolución francesa cortó la cabeza de las monarquías y trato de eliminar el que los gobernantes dirigieran a sus pueblos por la Gracias de Dios y no por el poder que emana del pueblo.

Sin embargo de alguna manera el culto a la persona de los políticos, y por el otro la continua ignorancia del pueblo sobre el arte de gobernar. Acaba por fomentar de nuevo que exista una casta de funcionarios y políticos que se han encumbrado en una especie de “realeza política” que se eleva por encima de las masas para buscar su voto, sin que a cambio se tenga el compromiso por beneficiar a la muchedumbre.

El culto a los candidatos se ha convertido en un proceso necesario para lograr convencer a los votantes de las bondades de uno frente a sus contrincantes. Y en su caso desprestigiar y devaluar, incluso calumniosamente, a los demás con tal de obtener el poder.

El pueblo, ante las dificultades y problemas, pone sus esperanzas y expectativas idealizadas en un aparente líder o un prospecto de salvador, con tal de poder contar con una posibilidad de vivir una ilusión de que las cosas puedan mejorar.

Aunque parezca que la democracia es una propuesta que presuma de que el poder está en manos del pueblo, en realidad este acaba siendo sólo un aval para dar su consentimiento al personaje del momento. De esta manera volvemos a dar un apoyo a una aristocracia de funcionarios y burócratas que se han convertido en parásitos de la sociedad.

En la historia de muchos pueblos recordamos a sus hombres más talentosos y geniales, a los que han alcanzado el liderazgo de su gente, sea para lograr una independencia o una revolución, o al menos hacer una intervención brillante y efectiva. Y ese proceso no es conducido por la democracia, sino por un auténtico liderazgo.

De estos acontecimientos del pasado, podemos sostener que urgen líderes talentosos independientemente de si el pueblo los identifica o reconoce y los elige en un proceso electoral.

El asunto se complica cuando la democracia se mezcla a la mercadotecnia política, la que se encarga de elevar a un personaje sin liderazgo y ponerle incienso y altares a tigres de papel.

Un sistema político que inflama el ego y la vanidad de los políticos sin carisma ni conocimiento efectivo, nos conduce a vivir de puras fantasías con la promoción de personajes que más bien buscan los beneficios que da el poder, en vez de para hacer mejorías a la sociedad.

Los verdaderos líderes no requieren que se les inunde de falsas atribuciones, ni que se idealicen de una manera mágica.

El problema es que hoy en México tenemos escasees de auténticos lideres, y por lo pronto no hay más remedio que vivir un proceso de campañas electorales sustentadas en la construcción de falsos ídolos, lo que conlleva a que los votantes sean objeto de la manipulación de la propaganda y la publicidad oficial.

La incipiente democracia partidista, carente de una visión ideológica y sin líderes justos y visionarios, nos pone en riesgo de seguir promoviendo a la nueva monarquía. A una elite de personajes engreídos y prepotentes que tienen más propensión a la corrupción que al ejercicio de la justicia social.

De continuar así, el pueblo necesita pensar de nuevo si quiere seguir permitiéndolo o terminar de una vez con toda esa farsa y retomar la guillotina.

Si el poder lo tiene el pueblo, que lo ejerza.

El INE es de los ciudadanos, no de los políticos.

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