Viernes, 26 de Abril 2024

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Danegeld

Por: María Palomar

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Se olvida a veces que los ahora admiradísimos escandinavos, considerados modelo de modernidad y civismo, llegaron bastante tarde a la civilización. Entre los siglos VIII y XI se dedicaron a sembrar el terror por donde quiera que iban, pues además de ser buenos navegantes su especialidad era la rapiña y el agandalle. Como no fueron cristianizados hasta el siglo X, no se habían integrado a la civilización europea de raíces mediterráneas. Hay pocas referencias en las crónicas griegas y romanas a esas tribus del extremo norte del continente, pero muchas a partir de su expansión y sus expolios en la alta Edad Media. Los ataques vikingos solían centrarse en los monasterios y las iglesias, por las riquezas que podían saquear; fundían los metales para comprar armas a los francos y mercancías de lujo en Oriente, pues también asolaban las costas del Mediterráneo. 

Otro de sus agradables pasatiempos, ahora muy de moda en México, era cobrar derecho de piso a cambio de no arrasar las poblaciones. Los pobres habitantes de muchas comarcas tenían que aportar periódicamente una especie de impuesto dedicado a sobornar a los güeros grandotes con cuernos para que no les aplicaran una recia. A ese tributo, obviamente arbitrario, se le llamó danegeld, o sea el oro para aplacar a los daneses.

Esto viene al caso porque (más allá de lo actual que resulta eso de que unos salvajes extorsionen y amenacen a poblaciones enteras en este país) recientemente se publicó la noticia de un curioso descubrimiento en Polonia que al principio dejó azorados a los investigadores: cerca de la ciudad de Biskupiec, al nororiente del país, se hizo un hallazgo de 118 monedas de plata. Pero el dato curioso es que se trata de monedas que prácticamente nunca se habían hallado en la Europa oriental. Llevan todas, salvo una, la efigie de Ludovico Pío (778-840), rey de los francos y emperador de Occidente, hijo y heredero de Carlomagno. La que es distinta fue acuñada en el reinado del hijo y sucesor de Ludovico, Carlos el Calvo (823-877), quien tuvo que guerrear constantemente contra los nórdicos y del que consta en las crónicas que se vio chantajeado a pagarles una y otra vez para evitar sus ataques.

Según los arqueólogos, la clave de por qué esa importante cantidad de dinero procedente del imperio carolingio fuera a dar a la remota Polonia puede estar en el hecho de que, según parece, los vikingos en sus ratos libres también eran mercaderes, y tenían no lejos del lugar del hallazgo de las monedas, en el sitio arqueológico de Truso, sobre el delta del río Vístula, un centro que habían fundado en el siglo VIII para vender bonitos regalos como esclavos, ámbar y pieles. Posiblemente un grupo de vikingos se dirigía hacia allá y por alguna razón tuvo que esconder a la carrera su botín.

Según los historiadores, Carlos el Calvo habría pagado a los bárbaros siete mil libras, es decir más de cinco toneladas de plata y oro, para impedir que una gran flota llegada por el Sena saqueara París, el año de 845, y es posible que las monedas encontradas en Polonia hayan formado parte de ese rescate.
 

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