Viernes, 26 de Abril 2024

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Con la camisa al aire

Por: Martín Casillas de Alba

Con la camisa al aire

Con la camisa al aire

Entre otras cosas, durante las vacaciones es un hecho que cambiamos de hábitos, dejamos de enterarnos de las noticias para no saber más de los bombardeos en Palestina, de los incendios en Australia, de los dos payasos en el poder y uno al borde del precipicio con el Brexit o de los efectos por el cambio climático, las necedades y la terquedad de quien nos gobierna, del fanatismo político y todo lo que cada quien sigue en los diarios o en la televisión.

Esa ignorancia ha dado como resultado una especie de purificación, como si fuera un baño de asiento como esos que, en un momento dado, agradecimos antes de dormir como ángeles, sobre todo ahora que lo que vemos desde que amanece es un cielo azul y un Sol que, con sus rayos, no alcanza a quemarnos, pero sí a calentar un poco, en estos días que no tenemos que cumplir alguna obligación, fuera de desear lo mejor para el año que entra y saborear el pavo, el revoltijo y el bacalao que han preparado.

Esos que nos quedamos en casa disfrutamos de un tráfico fluido y baja tensión automovilista, así como de tener todo el tiempo del mundo para sacar adelante esos pendientes que no habíamos tenido tiempo: reponer la manguera para regar sin mayor apuración las plantas de la terraza, ordenar los libros sueltos y poner en su lugar los que estaban en lista de espera desde hace tiempo, pospuestos por otros más atractivos.

Por las mañanas, mientras tomamos una segunda taza de café, vemos cómo llegan los pájaros a la fuente para bañarse como no los habíamos visto durante el otoño, tal vez, por el clima que hace este inicio del invierno, que les gustó para regresar y empezar a merodear el agua de la fuente balanceándose en las ramas de la azalea, viendo cómo unos se bañan solos, sin permitir que otros se metan, voltear nerviosos de un lado para el otro, antes de sumergir la cabeza y aletear durísimo para refrescarse, salir volando y posar en una de las ramas de la Jacaranda para espulgarse y quedar con el plumaje limpio de bichos o de polvo y paja.

El tiempo se expande de muchas maneras: mientras esperamos en el desayuno que los huevos poché estén listos durante los siete minutos con el agua hirviendo, el tiempo se nos hace eterno: clic-clic, clic-clic... mientras, colamos el café y metemos los English-muffins a tostar y esos minutos parecen horas. Por la tarde mientras leemos, es al revés: las horas parecen minutos aunque nunca tan rápido como cuando dormimos y el tiempo desaparece mientras sabemos que estamos en medio de una plaza entre varias personas que las vemos en el sueño, antes que el escenario se transforme y nos desconcierte el cambio tanto del escenario como de las imágenes ahora que las neuronas descansan a su manera y juegan entre ellas para entretenernos y que volvamos a ver, como sucedió anoche, a mi madre en un mercado en donde iba a comprar un paño rosa y una esfera plateada para regalársela a un amigo.

¡Ah!, “si supiera qué ha sido de aquel sueño que he soñado, o que sueño haber soñado, sabría todas las cosas”, como aseguraba Borges.

En estos días el tiempo se estira y expande su arco y el corazón toma su ritmo y baja la tensión, sobre todo porque no tratamos de resolver las cosas a todo vapor ahora que somos ricos en oro, desde que supimos que el tiempo vale eso y, tiempo es ahora lo que nos sobra.

Por las tardes recordamos sucesos y personas con las que nos hemos cruzado, ahora que tenemos la cabeza despejada y vemos con claridad el paisaje que en su momento no vimos y tratamos de resumir lo que hacemos preguntándonos, como se preguntó Jomi García Ascot en un poema: “¿de qué he hablado hasta ahora, de qué? Todo era cierto, lo era, y todo es humo y polvo”.
 

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