A pesar de que los gobiernos de México y Canadá cumplieron con todas las exigencias del presidente Donald Trump al comienzo de su mandato, 40 días después el gobierno de Estados Unidos impuso unilateral y arbitrariamente una tasa de aranceles de 25 por ciento a sus dos socios c3omerciales. La decisión se confirma luego de una serie de conductas totalmente erráticas del presidente de Estados Unidos, pues ya había anunciado el inicio de los aranceles al comienzo de su mandado, luego los pospuso un mes gracias a las gestiones de la Presidenta Claudia Sheinbaum y del primer ministro canadiense, Justin Trudeau. Trump justificó las amenazas arancelarias bajo el argumento de que los gobiernos de México y Canadá no hacían lo suficiente para proteger sus fronteras y evitar así los flujos migratorios y el tráfico de drogas. En medio de estas gestiones, los gobiernos de México y de Canadá cedieron en todo lo que impuso Trump: el envío de 10 mil elementos de la Guardia Nacional mexicana y un número semejante de fuerzas de seguridad canadienses a sus respectivas fronteras con Estados Unidos. Se impusieron mayores controles en las fronteras para controlar la migración, y especialmente vigilar y tratar de evitar el tráfico de fentanilo. Como parte de esta maniobra para apaciguar al mandatario estadounidense, la Presidenta Sheinbaum decidió enviar en un solo paquete a 29 capos o altos dirigentes de los principales cárteles del narcotráfico. Pero ni esta gran ofrenda satisfizo las demandas del emperador Trump. No han sido suficientes ofrendas al imperio.Y nada será suficiente porque lo que realmente está en juego no es si llegan menos migrantes o se trabaja para combatir el narcotráfico. Lo que en el fondo quiere Trump es complacer a sus bases electorales para reindustrializar a Estados Unidos y repetir el milagro de industrias como la automotriz, que alguna vez fueron el motor de la economía de Estados Unidos. Pero es una premisa falsa: la salida de industrias en el país del Norte y su implantación en otros países se debe no a la perversidad de los gobiernos de México o Canadá, sino a la búsqueda de mayores ganancias para las grandes corporaciones estadounidenses y globales. Fueron estas corporaciones las que impulsaron desde hace cinco décadas la era de los tratados de libre comercio. El declive de Estados Unidos no se debe a los tratados de libre comercio sino al traslado de las dinámicas de acumulación de capital hacia el Este de Asia, especialmente China. Las arbitrarias políticas de las primeras semanas son reacciones al intento de impedir ese declive y ofrecer a sus bases cumplir con la promesa de Volver Grande a Estados Unidos otra vez, el movimiento MAGA que encabeza. Por lo pronto, las medidas de Trump generaron incertidumbre en la economía, caída en los mercados financieros y el anuncio de algunas empresas, como Honda, de que construirán sus nuevas plantas en Estados Unidos. Esta decisión ha generado extremada incertidumbre en la economía de las tres naciones, pero quizá la más vulnerada, por su mayor debilidad, sería la mexicana. Estimaciones moderadas, como la del economista del ITESO Ignacio Román, calculan una caída de al menos 0.8 por ciento del PIB. Otros, como BBVA Research proyectan caída de 1.5% del PIB y Morgan Stanley de hasta 2.5 por ciento. Es catastrófico y son malas noticias, pero algunos analistas recuerdan que la caída del PIB durante la pandemia fue de 9 por ciento del PIB. A pesar de la incertidumbre y la catástrofe que generan las políticas expansionistas e imperialistas de Trump, hay margen para capotear la tormenta. Pero esto debe llevarnos a otra reflexión. Ahora estamos pagando las consecuencias de apostar por el modelo de desarrollo orientado a la producción para las exportaciones (primarias y secundarias) en lugar de apostar por un modelo de desarrollo orientado al mercado interno.Esta situación de casi crisis económica provocada por las medidas arbitrarias del gobierno de Trump nos debería llevar a repensar de fondo el modelo no sólo económico, sino de sociedad en México: queremos seguir apostando todo a la inversión privada y un sistema orientado a la producción de mercancías regido por la acumulación de capital o podemos reimaginar un modelo pensando para la satisfacción de necesidades y regido por la búsqueda de una vida digna para todos. Bajo este paradigma hay muchas cosas que se podrían hacer sin depender del imperio en turno, ni del capricho de un oligarca que se cree el rey del mundo.