Martes, 07 de Mayo 2024
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* Medidas drásticas

Por: Jaime García Elías

* Medidas drásticas

* Medidas drásticas

Aunque el mote (“El Bronco”) parecería descalificarlo de antemano para meter su cuchara en el debate público derivado de los incidentes de violencia previos al “Clásico” del domingo en Monterrey, el diagnóstico del gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, es -salvo prueba en contrario-, por sensato, impecable: “El ciudadano tranquilo disfruta el futbol, es respetuoso, pero las ´barras´ se han convertido en un problema, y corresponde a los clubes resolverlo”.

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En efecto: para las corporaciones policiacas encargadas de mantener el orden público, es materialmente imposible contener a una turba como la que el domingo, a cuatro o cinco kilómetros del estadio, varias horas antes de que el partido comenzara, participó en los desmanes que, merced a los teléfonos celulares, las redes sociales y la prensa, son del dominio público.

Se explica, por tanto, que tanto las autoridades civiles, a las que corresponde coordinar y encabezar todos los afanes para que la fiesta del futbol se lleve en paz en todas las ciudades que la han incorporado por aclamación a sus usos y costumbres, como los “clubes” que lo hacen posible, tomen medidas orientadas a impedir que sucesos como el domingo se repitan.

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De entrada, dado que difícilmente podría identificarse a todos los rijosos y particularmente a los barbajanes que se ensañaron con el joven e indefenso simpatizante de los “Tigres” al que de manera alevosa y brutal golpearon, patearon e hirieron gravemente, es primordial que las autoridades identifiquen, detengan, procesen y apliquen las sanciones que la ley establece, a cuantos protagonistas del incidente sea posible.

Uno de los principales propósitos de la pena, en el con toda propiedad denominado Derecho Penal, es la ejemplaridad: la advertencia de lo que puede suceder a otros potenciales infractores de la norma.

Después, por drásticas que parezcan, medidas como las que ya han tomado en Guadalajara las directivas de Atlas y Guadalajara, en la Ciudad de México  las de América y “Pumas”, y las que ya anuncian en Monterrey las de Monterrey y “Tigres”, resultan obligadas. Tener plenamente identificados a los “barristas” de sus equipos, controlar al máximo y eventualmente restringir el acceso de “barristas” visitantes a sus estadios, es lo menos que puede hacerse para asegurarse -hasta donde humanamente es posible- de que las personas de bien, los verdaderos aficionados, sigan viendo el futbol como una fiesta; no como una aventura incivil y de alto riesgo.

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