Sábado, 04 de Mayo 2024

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- ¿Curas casados?

Por: Jaime García Elías

- ¿Curas casados?

- ¿Curas casados?

-¿Llegará  el día -preguntaba un seglar- en que la Iglesia (católica) suprima el celibato de los sacerdotes, o al menos lo haga optativo, y en que se dé acceso a las mujeres al sacramento del orden?

-Llegará, muy probablemente -le respondió un clérigo-… pero ni tú ni yo lo veremos. Porque de aquí a que eso suceda, pasarán siglos.

-II-

Como los protagonistas de ese diálogo (de la vida real) viven todavía, es probable que al menos uno de ellos -o ambos…- se haya sobresaltado al leer, ayer, la noticia: en un sínodo de obispos, programado para el próximo mes de octubre, en Roma, se propondrá la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados.

El sobresalto se habrá extinguido al leer el segundo párrafo: la medida no significa que la Iglesia, en efecto, contemple la posibilidad de abolir el celibato de los sacerdotes, sino la de invitar a hombres casados, de probada virtud, a presidir los ritos religiosos y administrar los sacramentos, en comunidades en que la escasez de sacerdotes alcance niveles críticos.

El propio Papa Francisco -revolucionario hasta para elegir su nuevo nombre- lo dijo claramente en enero, en el viaje de regreso de Panamá: “Prefiero dar la vida antes que cambiar la ley sobre el celibato”. Lo dijo a despecho de las presiones de amplios sectores de la opinión pública, que ven en la sexualidad -un impulso natural que en todas las especies animales hace posible la procreación-, reprimida por obra y (des)gracia de ese precepto de la Iglesia para sus ministros, una de las causas de abusos, escándalos, descrédito y deserciones en detrimento de la institución. Lo dijo a despecho de que el celibato es un precepto tardío de la Iglesia, ya que fue establecido en plena Edad Media (en el II Concilio de Letrán, en 1139), primordialmente con la intención de mantener las propiedades eclesiásticas en manos de la institución, y evitar su dispersión a través de las herencias de los clérigos.

-III-

A los ya señalados escándalos de pederastia y similares, se suman la secularización de las costumbres -con la consiguiente disminución de las vocaciones sacerdotales- y el inevitable envejecimiento y gradual disminución de los clérigos en activo.

Juan XXIII, al convocar al Concilio Ecuménico Vaticano II (1963-65) condensó su intención en una palabra: “aggiornamento” (puesta al día) -y el Papa Francisco ha retomado, parcialmente al menos, ese concepto-, a sabiendas de que “aggiornar” a la Iglesia… llevará siglos.

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