Para el alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, se trata de “una avalancha”; para el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es “una invasión”. El primero aseguró que su Gobierno no está preparado para manejar la presencia de miles de migrantes en la ciudad, durante un período que tentativamente podría prolongarse “seis meses o más”. El segundo fue más lejos al aseverar que “no la tolerará” (la “invasión”) y que los centroamericanos que difícilmente darán el paso que aún les falta para hacer efectivo el sueño americano, “están causando crimen y grandes problemas en México”, por lo que se les ve como una amenaza.-II-Si los primeros días se veía con ojos, si no de simpatía, sí, al menos, de misericordia, a los integrantes de “La Caravana”, y se tomaron medidas para darles alojo y comida en su tránsito por territorio mexicano rumbo a la frontera norte, las cosas han cambiado. En Guadalajara, donde se habilitó el Auditorio Benito Juárez como albergue, esa opción ya se canceló; entre otras cosas, porque los mismos migrantes -algunos, por lo que al final acabarán pagando justos por pecadores- generaron desórdenes e incluso agredieron a los policías que trataron de someterlos.Por parte de la población, las redes sociales recogieron las reacciones más virulentas: lejos de suscribirse a la conmiseración inicial, las voces mayoritarias pasaron a ser -como en Tijuana- de rechazo. La Iglesia Católica -el cardenal arzobispo de Guadalajara, particularmente- hizo un llamado a darles algún tipo de apoyo, “si no por caridad, al menos por humanidad”… pero ella misma carece de los medios para hacer efectivo ese apoyo por tiempo indefinido.La reacción de quienes pasaron de la indiferencia al repudio, para quienes insisten en que, en nombre del mandato cristiano de amor al prójimo, de alguna manera se tienda la mano a los migrantes, no encuentra respuesta:- Si es verdad que tanto quieres a los migrantes, dime cuántos estarías dispuesto a recibir en tu casa…-III-Obvia decir que el fenómeno constituye, ya, una crisis humanitaria que previsiblemente irá en aumento, y que tanto los organismos gubernamentales como los de la sociedad civil tendrán que manejar como una emergencia. Si ya se pasó de la caridad a la indiferencia, de la indiferencia al desdén y del desdén al repudio, lo previsible -por indeseable que sea- es que se dé el siguiente paso: del repudio a la violencia; es decir, del drama a la tragedia…
