Viernes, 19 de Abril 2024

La búsqueda de la identidad en la poesía de Rocío Durán-Barba

Un análisis sobre la construcción de la identidad, sus implicaciones y complejidades para cada persona

Por: Arnulfo Eduardo Velasco

Presentación. Durante la FIL charlaron (de izquierda a derecha) Rocío Durán-Barba, Arnulfo Eduardo Velasco y Mina Arreguín. CORTESÍA

Presentación. Durante la FIL charlaron (de izquierda a derecha) Rocío Durán-Barba, Arnulfo Eduardo Velasco y Mina Arreguín. CORTESÍA

El concepto de identidad es algo que se presta a muy diferentes tipos de debate. Y, por lo tanto, se ha escrito mucho sobre él. Podemos considerar, pues son textos que personalmente nos han sido útiles, obras como la de Alex Mucchielli (L’Identité, Presses Universitaires de France) o el ensayo “El concepto de identidad” (traducción de Elsa Velasco de un artículo publicado por el gobierno de Bélgica en el dossier pedagógico Vivre ensemble autrement).

De cualquier forma se considera que este concepto es fundamental para comprender lo que llamamos problemas interculturales. Pero, al mismo tiempo, se le ha definido también como una aporía, es decir, como algo que produce paradojas a menudo imposibles de resolver, dado que implica problemáticas de tipo social y psicológico bastante complejas.

Sin embargo, algo que resulta indudable es que la construcción de la identidad individual implica a menudo una ocupación muy laboriosa y bastante compleja. En el pasado las alternativas del comportamiento eran mucho menos amplias y las reglas de conductas eran mucho más claras (y también más rígidas). En la actualidad cada persona tiene a su disposición un amplio abanico de posibilidades. Más que nunca se puede decir que Jean-Paul Sartre tenía razón cuando afirmaba que el ser humano está condenado ser libre (L’Existentialisme est un humanisme, Gallimard) y, por tanto, a tomar constantemente decisiones de las cuales no es posible prever todas las consecuencias.

Debemos recordar que la identidad normalmente se relaciona con el conjunto de rasgos específicos que definen a un individuo o a un grupo y lo distinguen de los demás. Se trata de cosas como el sexo biológico, la edad, la complexión física, la apariencia general, el conjunto de creencias, el oficio, el estado civil, las relaciones familiares, etc. Y, por supuesto, la nacionalidad.

Pues la identidad se constituye en el sistema de símbolos y valores que permiten a las personas afrontar las diferentes situaciones cotidianas. Funciona como una especie de filtro que ayuda a decodificar la vida, a comprenderla de algún modo, dentro de su complejidad.

Eso explica que, frente a una situación determinada, se puede predecir de un individuo (poseedor de un cierto sistema de valores, de una forma de pensar, de ciertos determinantes socioculturales), y en forma bastante adecuada, cómo reaccionará. La persona cuenta con un repertorio de formas de pensar, de sentir y de actuar que, ante cada situación, se activan en diferentes combinaciones. Si bien se debe recordar que este repertorio está en constante recreación y no está establecido desde siempre y para siempre

Ciertamente, cada cultura implica ciertos valores e indicadores de acción, de pensamiento y de formas de sentir los hechos. Y en ese sentido la identidad también está a menudo relacionada con las instancias culturales y determinada por ellas. Así, una parte importante de la identidad vienen siendo la procedencia territorial, el color de la piel y la religión. Por ellos hablamos de un mexicano, un estadounidense, un ecuatoriano, un francés, un negro, un indio, un cristiano, un musulmán. Y, al hacerlo, estamos planteando en sí ya ciertos problemas claros de identidad.

Pero la identidad es la síntesis que cada persona hace de los valores y de los indicadores de comportamientos implícitos en los diferentes sistemas culturales y subculturales a los cuales pertenece. Por supuesto, cada uno integra esos valores y esas prescripciones según sus características propias y su trayectoria de vida. Y todo extranjero debe integrar su identidad las circunstancias de su realidad en el contexto de la cultura ajena (como trabajador temporal, como inmigrante o como refugiado político) y los cambios culturales que debe asumir debido a su estancia en un país distinto. Debe interiorizar una realidad distinta a la propia, sin por ello perderse a sí mismo. Y lo más adecuado es impregnarse, en primera instancia, de la diferencia, como cuando Rocío Durán-Barba recuerda sus primeros días en París (todas las citas están tomadas de los volúmenes de la Trilogía poética de esta autora, publicados por la editorial Allpamanda):

El primer día me precipité al afuera. Recorrí sus calles. El segundo igual. El tercero. El cuarto. Hasta un sin final. Desde nuestro encuentro se meció una luz. Con rayos distintos. No siempre muy largos sino muy intensos. Se apostó un hechizo para mecer la luz. Todo fue armonía. Construí mi espacio. El que va cantando por una vereda que desconocemos. Por la que nadie pasa. En donde nos quedamos. O nos atardamos. Inconscientemente. Recogí su canto. Lo guardé entre el sueño y la realidad.

La mayoría de las personas relacionan su identidad con la idea de “yo soy quién soy”. Algunos, de manera más sofisticada, la definirán como “aquello que en mí permanece igual a pesar de todos los cambios”. En ese sentido, la permanencia es considerada como la característica más obvia de la identidad. Y está se encuentra ligada a ciertos elementos que se repiten continuamente y que nos parecen por ello permanentes. En ese sentido, identidad vendría siendo lo que, en una persona, supuestamente es inmutable.

Se puede considerar adecuado, en general, este punto de vista, pero también se debe recordar que los comportamientos, las ideas y los sentimientos cambian constantemente en las personas, según las transformaciones que suceden en su contexto familiar, institucional y social. Todos cambiamos con la edad, cuando se presentan modificaciones en nuestro contexto laboral, cuando modificamos nuestra situación social o familiar, cuando cambiamos de país. En ese sentido se debe reconocer que la identidad es una estructura dinámica, que está en constante evolución. Una de las paradojas básicas del concepto es, entonces, que nuestra identidad es constante, a la vez que varía a través de nuestra vida.

Se ha señalado que la base de la experiencia emocional de la identidad se deriva de la capacidad de cada individuo de seguir sintiéndose él mismo a pesar de los cambios continuos que se presentan en su vida. Por lo tanto, debe haber un proceso de articulación constante de lo nuevo con lo antiguo, de forma que lo nuevo sea percibido como algo que tiene una relación aceptada con lo que ya existía antes. Así, al integrar lo nuevo con lo ya establecido, se presenta un cambio dentro de la continuidad. Y por ello Rocío Durán-Barba se niega a perder el recuerdo de su origen:

La primavera

susurra

La eternal

Allá en los Andes

La cara de su niebla

se confunde con la mía

La fragancia de su frío

con mi río

La irreconciliable blancura de los pliegos

que escriben los montes

con mis pliegos vacíos

Evidentemente, la construcción de la identidad no es una labor totalmente solitaria e individual. Se modifica a través del constante encuentro con el Otro, cuya mirada altera constantemente la idea de la identidad de la persona. Nuestra identidad se ubica siempre en un juego de relaciones e influencias con los demás. Es obvio que yo estoy influido por la identidad del otro, pero también que mi identidad influye en la suya. En un constante movimiento de ida y vuelta, los otros me definen, yo me defino con relación a ellos, pero ellos a su vez dependen de mí para construir su propia definición. Todo esto ha sido analizado de manera muy adecuada por Tzvetan Todorov (Nosotros y los otros, Siglo XXI).

Pero también el contexto es fundamental. Es obvio que dos personas de la misma nacionalidad tienen una relación muy distinta si se encuentran dentro de su país o en un país extranjero. Por ello el amor puede ser un elemento fundamental en esta construcción:

Tú y la distancia

el azul y mi alma

en la transparencia de un remanso

se conjugaron

Temblaron

Se ha llegado a afirmar que no se trata tanto de saber quién soy yo en sí, sino de quién soy yo en relación con los demás y quiénes son ellos en relación con mi persona. Es un juego de espejos, en el cual resulta demasiado fácil perderse y terminar no reconociendo la identidad propia.

Normalmente nos acostumbramos al medio en el cual vivimos. Si somos afortunados, nos devuelve una imagen más o menos positiva de nosotros mismos, nos sentimos bien en él, y terminamos conociendo los códigos que funcionan en él. En otras situaciones (como cuando una persona cambia de país) esto no resulta tan obvio, y se pueden producir graves procesos de desvalorización del individuo que terminan determinado su identidad en forma negativa.

Los investigadores dicen que a menudo es necesario llevar a cabo una especie de negociación de la identidad propia. Algo que se realiza a partir de dos vertientes básicas. La estrategia llamada “de coherencia simple” consiste en privilegiar una postura binaria de contraposición. En este caso, se intentan resolver las tensiones que surgen de la contradicción entre dos tipos distintos de cultura, desdeñando uno de las dos y adoptando, en forma absoluta, el conjunto de valores y de símbolos del otro. Incluso negándose a aceptar nada de la cultura rechazada. En cambio, la estrategia de “la coherencia compleja” implica una especie de acumulación. En este caso el individuo busca combinar, de alguna manera, los elementos definitorios de las dos culturas. Y la forma más adecuada de hacer eso es aceptando el cambio y, al mismo tiempo, adaptándose a una lógica de continuidad con los valores de su cultura de origen. De esa manera es como se consigue superar el conflicto interior. Es la manera elegida por Rocío Durán Barba.

Pero, de nuevo, la identidad de los individuos es algo que está en constante movimiento. Lo cual implica, desgraciadamente, que en ciertas situaciones se termine forjando una identidad negativa. En la sociedad occidental algunas culturas son vistas con connotaciones más negativas que otras. Y en ocasiones los miembros de la cultura denigrada terminan aceptando e interiorizando esa visión. Lo cual produce conflictos que pueden ser bastante graves en el individuo y pueden terminar teniendo repercusiones en su psique y en su forma de enfrentar la realidad. La cultura latinoamericana es una de esas culturas menospreciadas. Y su valorización, su permanencia dentro de la persona, es fundamental. Y define una parte del sentido de los textos poéticos que estamos comentando.

Al leer la poesía de Rocío Durán-Barba (y por supuesto me refiero sobre todo a la contenida en su Trilogía poética), lo que salta a la vista es, como se ha visto, ese esfuerzo, concientizado e inteligente, por enfrentar un problema complejo de identidad. Dos culturas se encuentran en la poeta, ambas igualmente fuertes y, de alguna manera, impositivas. Por un lado, está la tradición “prestigiosa” de la cultura occidental, representada en su forma más arquetípica por la civilización francesa y, sobre todo, por la mítica ciudad de París. Por otro lado, la cultura latinoamericana, con toda su fuerza telúrica, que se instala en la visión de los maravillosos paisajes y tradiciones del Ecuador, en el poder de una realidad ancestral.

Encontrar la forma de fusionar estos dos mundos aparentemente contradictorios es la base misma de esta escritura, constantemente en busca de una identidad propia y de una definición para la misma persona que escribe.

Ahora bien, la autora ha encontrado una serie de caminos básicos y muy personales para negociar ese conflicto. Centrados en tres conceptos: la belleza, la escritura y el amor. Tener conciencia de la belleza inscrita en las dos culturas enfrentadas y encontrar la fusión de ambas a través de la experiencia estética es una de las fórmulas. Otra es por medio de convertir la problemática en palabras que expresan esa búsqueda. Dos caminos lingüísticos se ofrecen a la creatividad y se pueden recorrer sin resentir contradicción alguna. Las palabras del castellano y las del francés se encuentran y se intercambian. Un pensamiento único surge de este encuentro. “Múltiples lenguas me capturaron”, dice la autora. Finalmente, tal como ya señalamos, también el amor crea un enlace fundamental, un elemento que propicia y determina el arraigo del propio yo en otro espacio y en otra realidad.

Lo cual no impide los instantes de desaliento y de duda. Los momentos en los cuales se duda del sentido de la existencia y se llega a creer en la imposibilidad de la permanencia. Pero es una cuestión de mantenerse firme en el camino elegido:

Me opuse a toda parada

Al desaliento

A todo pasaje

de faz sin luz

Rocío Durán-Barba crea una poesía de lucha identitaria, de la aceptación del propio yo y de la diferencia. Pero que se puede decir que define un triunfo, a fin de cuentas:

Hablar de distancia es hablar de amor. Decir soledad es decir amor. Contemplar el silencio es contemplar amor. Todo está ligado a ese sentimiento profundo por el que nacemos generalmente. Con el que vivimos en el cielo o el infierno. Por el que batallamos desde siempre. Frecuente-insistentemente. Con el que somos felices-nos-ahogamos. Y con el que desaparecemos en el alma.

El amor.

Es verdad que somos lo que nuestra historia personal determina que debemos ser. Pero en función también de la forma como enfrentamos esa historia.

*Arnulfo Eduardo Velasco es profesor investigador de la UdeG, obtuvo su doctorado en Estudios Románticos por la Universidad de Montpellier en 1992.

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