Jueves, 28 de Marzo 2024

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Héctor Aguilar Camín y la sonrisa cómplice de “Fantasmas en el balcón”

El escritor nos introduce en una historia de evocación y nostalgia que hará sonreír a más de uno

Por: El Informador

Héctor Aguilar Camín ha escrito un libro contra la melancolía de la pandemia y su encierro. SUN/Archivo

Héctor Aguilar Camín ha escrito un libro contra la melancolía de la pandemia y su encierro. SUN/Archivo

La más reciente novela del periodista y escritor mexicano Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946), “Fantasmas en el balcón” (Literatura Random House, 2021), es una historia de evocación y nostalgia que se sitúa en una urbe ahora inexistente, la Ciudad de México de los años sesenta; asimismo, es un complejo relato de personajes jóvenes que entrevera el humor, la parodia y los diversos vericuetos de la memoria, como se desprende de lo que nos dice su autor en esta entrevista con EL INFORMADOR.

—¿Cómo se origina una novela como “Fantasmas en el balcón”?

—Es un libro escrito durante la pandemia, contra la pandemia. Mejor dicho: contra la melancolía de la pandemia y su encierro. Quería salir de ahí y me salí por la ventana de esta novela. La ventana da a la memoria de mis años adolescentes en una ciudad abierta, que era posible habitar con una libertad personal inigualable. Era suficientemente grande para perderse en ella y suficientemente pequeña para caminarla. Y además, éramos jóvenes.

La novela recrea con lujo de detalle una parte de la Ciudad de México durante la década de los sesenta, ¿representan algo especial esos años para esta historia?

—Son los años de la juventud de los personajes, de la juventud del narrador omnisciente de la historia y de la del autor de todo eso, que soy yo. La Ciudad de México de la novela es una ciudad irreal, por distante en el tiempo, y al mismo tiempo cercana, porque está minuciosamente evocada. Esto último gracias a la ayuda, invisible en el texto pero que aquí denuncio, de Rafael Pérez Gay y Héctor de Mauleón, grandes cronistas nostálgicos y grandes escritores de la ciudad. La novela cuenta ocho aventuras de seis personajes en esa ciudad de los primeros sesentas. Algunas de esas aventuras sucedieron literalmente, yo fui testigo y participante de ellas. Otras, están recreadas o inventadas por mí, en el espíritu paródico, fársico, y al mismo tiempo melancólico del relato.

Los personajes jóvenes brindan dinamismo al lenguaje que caracteriza la novela, ¿por qué elegir esta perspectiva para narrar?

—Si me quería salir de la opresión de la pandemia no podía ponerme a llorar. Removiendo archivos, di con un relato que había escrito en 1978 y que se llama, justamente, “Mañana lloraré”: no hoy, mañana. Es la historia de una golpiza contada en tono satírico. Había sido mi primer intento de contar la experiencia de los jóvenes que vivieron en la casa de huéspedes que tenían mi madre y mi tía en la colonia Condesa. La casa de huéspedes donde yo viví como adolescente y donde tuve las iniciaciones fundamentales del sexo, el alcohol, la amistad y la libertad. Entendí que aquel tono y aquellos personajes me habían estado esperando desde entonces. Eran perfectos para combatir la pandemia y para cumplir aquella asignatura pendiente.

En un principio se menciona que la novela es “la historia de una alegría” que, asimismo, adquiere cariz de “fantasma”, ¿se nutre la alegría entonces de la ilusión y la memoria?

—La alegría es, no necesita cronistas, se basta a sí misma. Y tiene poca memoria, igual que la felicidad.

Recordamos más nuestras desdichas que nuestras alegrías. Hay algo intrínseco melancólico en la memoria. Y algo ilusorio también. Una especialidad del pasado es producir nostalgia, convocar a los memoriosos, a los historiadores. Pero si uno se fija un poquito, los memoriosos y los historiadores están más clavados con las desgracias que con las felicidades de la humanidad. ¡Uh, la cantidad que hay de biógrafos de Hitler!

¿Qué sitio guarda entre sus novelas “Fantasmas en el balcón”?

—Nunca había tenido como ahora la urgencia de reírme mientras escribía. Y me reí mucho. Espero que los lectores también.

Aquella urbe sesentera no carecía de sus características fuerzas del orden o sus sitios de diversión emblemáticos, los peligros o alegrías que acechaban en la calle oscura… ¿Significó un reto difícil esa rememoración?

—No, la zona oscura siempre está ahí para cualquier escritor. Y si no está presente, algo falta. Pero no sufrí ni padecí mayor cosa en la evocación de la ciudad. Fue una alegría ir a sus detalles, consultar a mis amigos, precisar mis recuerdos. Hay un pasaje de la novela que sucede en la arena Coliseo, una función de box, donde yo recordaba que iba a pelear José Medel y que por no presentarse pusieron una pelea estelar de repuesto con Octavio ‘El Famoso’ Gómez. Eso lo recordaba yo nítidamente, pero nunca sucedió, porque no hay constancia de que Medel fallara a una estelar ni es posible que el Famoso Gómez fuera ya una estrella en la época de Medel, pues ‘El Famoso’ vino diez o quince años después. Pero como eso es lo que yo recordaba, di un rodeo por la voz del narrador omnisciente y le hice decir: esto que están leyendo no sucedió en la realidad, pero así sucede en mi memoria y ahí lo dejo. Esto no dice mucho de la verdad histórica del relato pero dice algo de la libertad y del espíritu lúdico con que lo escribí.

¿Los apodos de los jóvenes que integran el grupo de amigos reflejan en buena medida el humor que requería esta “modesta epopeya”?

—Absolutamente. Los nombres y los apodos son a la vez absurdos, como ‘Changoleón’ o ‘Gamiochipi’, y normales, como ‘Lezama’, ‘Morales’ o ‘Alatriste’, pero la combinación es estridente y desviante. Cuando te acostumbras a que ‘Gamiochipi’ conviva con ‘Morales’, y ‘Changoleón’ con ‘El Cachorro’, otro personaje al que conoces sólo por su apodo, ya estás en la parodia, en la irrealidad, en la sonrisa cómplice que el texto propone. Nombres normales no habrían conseguido la anormalidad buscada. Los apodos renombran la realidad.

Hay cierta celeridad en el tono del narrador que registra lo que acontece, es concreto y no se detiene mucho (aunque el detalle no falta)… ¿Así fue ideado desde el origen de la novela?

—Fui llegando a la necesidad de tener un narrador omnisciente explícito conforme escribía. La rapidez con que escribía al principio me iba llevando cada vez más lejos, desordenadamente. Necesitaba un ancla. La encontré en la figura del narrador omnisciente, que habla de sí mismo. Fue un recurso que me permitió matizar los excesos del relato, sin quitarlos.

Agéndalo

Foro Nexos: “México, un presente en busca de futuro”.

Mesa: “El futuro de la nación”.
Participan: Jorge G. Castañeda, Guillermo Cejudo Ramírez, Luis Carlos Ugalde, Lisa Sánchez.
Modera: Héctor Aguilar Camín.
Hoy de 11:00 a 11:50 horas, en el Salón 1, planta baja, Expo Guadalajara.

Foro Nexos: “México, un presente en busca de futuro”.

Mesa: “El futuro del Estado”.
Participan: Eduardo Guerrero, José Ramón Cossío, Soledad Loaeza, Ana Laura Magaloni.
Modera: Héctor Aguilar Camín.
Hoy, de 16:00 a 16:50 horas, Salón 4, planta baja, Expo Guadalajara.

Presentación del libro: “Fantasmas en el balcón”.

Autor: Héctor Aguilar Camín
Presentan: Jorge F. Hernández, Andrés Ramírez.
Martes 30 de noviembre, de 20:00 a 20:50 horas, Salón 2, planta baja, Expo Guadalajara.

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