Ideas

Hacer posible la paz, hacerla instrumento

Patricia Galeana, una de las historiadoras más importantes de México, escribió, al inicio del prólogo del libro que refiere en esta cita: “La obra cumbre de Andrés Molina Enríquez, «Los grandes problemas nacionales», influyó de manera determinante en los líderes opositores a la dictadura porfirista, que tendrían un papel central en la Revolución.” La obra de Molina Enríquez se publicó originalmente en 1909, aunque partes de su contenido aparecieron antes, en diarios de la época. El prólogo de Galeana está en una edición de 2016.

El libro fue y sigue siendo importante. Su estructura da pistas del porqué. Tiene dos partes; en la primera, datos (sí, hablamos de 1909), tres capítulos de esa sección inician con: “Los datos de”: “nuestro territorio”, “nuestra historia lejana”, “nuestra historia contemporánea”, termina con “La influencia de las Leyes de Reforma sobre la propiedad” y “El secreto de la paz porfiriana”. En la segunda hay cinco capítulos, el título de cada uno inicia con “el problema de”: “la propiedad”, el “crédito territorial”, “la irrigación”, “la población”, el “político”. Leído más de cien años después desde luego nos lleva a dialogar con él de manera diferente (por lo pronto, resulta chocante cierto racismo, “justificado” por una incipiente sociología y por el evolucionismo, entonces aún novedoso), pero este artículo no pretende hacer una crítica de la obra, sino de resaltar lo que significó para quienes dieron forma a las causas de la Revolución, específicamente respecto al problema agrario, por lo peculiar de que en un libro queden asentados los grandes problemas nacionales y motive a la acción para atenderlos, al grado de contribuir a derribar un régimen (la Revolución fue principalmente campesina).

Recordé el trabajo de Molina Enríquez al participar en un foro en el que se planteaba la noción de la paz como consecuencia no de la ausencia de balazos, sino de atender, colectivamente, problemas estructurales: la desigualdad, la falta de democracia y la justicia como mera apariencia. Una de las motivaciones del foro fue: a pesar de la violencia en la que estamos sumidos, es posible poner una perspectiva de paz (ya hay muchas, muchos haciéndolo), en los haceres cotidianos, del arte al deporte, de la educación a la seguridad, de la comunicación -desde las redes y los medios- a la relación entre vecinos y en lo que el gobierno hace, cuando hace. La tesis de fondo es, al menos la que me llevó a mí a participar: para comenzar a edificar la paz, la nuestra, no podemos esperar a que los grupos criminales se cansen de hacer lo suyo o se exterminen, tampoco a que el Estado haga lo que está obligado para darnos seguridad.

Un complemento estupendo para esta tesis apareció, especie de esbozó de los capítulos de un actualizado nuestros grandes problemas nacionales: las y los desparecidos; el crimen organizado y sus tentáculos, en el mundo financiero, en las fuerzas armadas, en empresas, en el poder político y en la trama social, merced a la “colaboración” de porciones de la población, directa o indirecta, voluntaria o mediante coerción. El populismo. La devastación de la legalidad y de las instituciones. La corrupción.

Dije “complemento”. Lo fue en el foro: no podemos hablar de paz si no hablamos de “lo otro”: a lo que debemos dar nombre, si no lo hacemos entramos de lleno a las reglas del “segundo piso de la cuarta transformación”: simular que los grandes problemas nacionales desaparecen con el manto de invisibilidad que les impone el no nombrarlos. O cuando menos, echarlos al margen por la inocencia de querer apilar ladrillos de paz con perspectiva ciudadana, como si eventualmente esto fuera a resolver los grandes problemas nacionales. Pero ¿son complementarios? El día a día de las desapariciones, de las matazones, de la corrupción, de la percepción de inseguridad, etc., y la idea profunda de paz y la necesidad de corresponsabilizarnos para ponerla en práctica. La urgencia nacional es de una magnitud tal, que exige el concurso inmediato y masivo de todas, de todos: más allá de lo que cada cual debe hacer para subsistir, el tiempo libre de los ciudadanos, todo esfuerzo intelectual y la voluntad por exigir al Estado, tendrían que concentrarse en atender eso inmensos atolladeros en que está la patria.

Sí, esos son los grandes problemas nacionales, la lista seguramente está incompleta. Quizá (la tesis previa, parafraseada) proponernos instaurar una perspectiva colectiva de la paz en lo micro pueda ser el arroyo subterráneo que socave la superestructura política y jurídica en la que estamos segregados. En 2025 tenemos muchos Molina Enríquez, rigurosos, apasionados, puntuales, incluso suficientemente objetivos (mujeres y hombres); aunque andamos escasos de las otras, de los otros: los que, una vez enunciados los problemas, ponen manos a la obra para sacudir los cimientos del similar vigente de “la dictadura porfirista”. Y aparece la disyuntiva: ¿manos a la obra desde las leyes que el autoritarismo se ha dado para perpetuarse? (Incluye el derecho a manifestarse, a usar cierto grado de libertad de expresión. Además, de repente el poder político tolera oír a algunos ciudadanos) Un ejemplo: empeñarse en lograr, para Jalisco, la mejor reforma posible al Poder Judicial del estado. O ¿manos a la obra en busca de un acuerdo social nuevo, surgido de la gente en busca de paz, al margen de lo tolerado por los gobernantes y a pesar de ellos? Sólo que esta búsqueda a la larga será poco fructífera si no cuenta con la mirada y el apoyo dialogante de quienes pueden enunciar los grandes problemas, diagnosticarlos y diseñar una ruta, legítima, democrática para resolverlos.

agustino20@gmail.com
 

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