En defensa de Bobbio
“No destacó por ser interesante ni original. Era claro, sí, pero tampoco muy profundo. Sus libros son monografías útiles para el estudiante. No fomentan el pensamiento serio. Su teoría democrática es superficial, simplista y laxa”. Estos son tan sólo algunos de los lugares comunes que pesan sobre el teórico político italiano Norberto Bobbio.
La clave está, para empezar, en la obra completa y no sólo en El futuro de la democracia (su clásico de 1984, traducido por José Fernández Santillán y publicado por el Fondo de Cultura). Como dice Álvaro Aragón en su ameno Norberto Bobbio (Ubijus, 2020), “Si se analiza el grueso de su obra dedicado al estudio de la democracia se puede observar una robusta teoría de la democracia, rica en problematizaciones, aguda en el análisis, y pedagógica en aclaraciones y precisiones”.
Es falso, entonces, que Bobbio no haya creado una teoría sofisticada. Propone, en efecto, una definición mínima de democracia. Pero esa es su virtud: clara, concisa y rigurosa, permite distinguir con eficacia y precisión al régimen democrático del autocrático, pues establece una serie de reglas primarias y procedimientos fundamentales de la democracia.
Como bien sabían Nietzsche y Wittgenstein, la claridad no está reñida con la densidad. “Bobbio —escribe Aragón— es un maestro de la precisión y la claridad conceptual. Sus ideas, por sencillas que parezcan, encierran una enorme complejidad y erudición”. En medio de tanto parloteo sobre “otras” formas de democracia “radical”, nunca definidas claramente, la definición jurídica, mínima y elegante de Bobbio sigue siendo valiosa.
Ahora bien, al igual que los escritos de Aristóteles (los llamados esotéricos), algunos libros de Bobbio (como La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político) son producto de sus apuntes de investigación y docencia. ¿Es esto algo malo? ¿Por qué no debería haber un estrecho vínculo entre ambas actividades? ¿Ello los hace pensadores poco originales?
Más aun, ¿cómo podría ser estrecha la obra de alguien que leyó con cuidado y reconstruyó el pensamiento de clásicos como Platón, Aristóteles, Polibio, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Kant, Marx, Weber y Kelsen? ¿No es ambiciosa, por lo demás, la obra de quien se propuso nada menos que una “teoría general de la política”? Lejos de ser superficial, Bobbio es un clásico contemporáneo. Su obra —continúa Aragón— es “una ventana al siglo XX”, que también sirve para entender los problemas del presente.
Esto explica su influjo decisivo. Su método analítico-conceptual creó una orientación jurídica y filosófico-política distintiva, la llamada Escuela de Turín, que sigue dando frutos en nuestro país. Por otro lado, en política, Bobbio trazó los rasgos de un liberalismo socialista (o un socialismo liberal). En una época —la Guerra Fría— plagada de taras ideológicas y rígidas divisiones entre comunistas y demócratas, marxistas y liberales, defender una síntesis sistemática entre lo mejor de la tradición liberal y las virtudes del legado socialista, fue una apuesta creativa, audaz e insólita.
Ciertamente, Bobbio no basta; hay que dialogar con los autores de la tradición política occidental y apropiarnos de ella. No obstante, sin su obra, nuestra ciencia social y política sería más pobre, ideológica y tosca, pues Bobbio ayudó a consolidar los estudios políticos en México y América Latina. Sin Bobbio, buena parte de la izquierda académica y política no hubiera exorcizado al marxismo esclerotizado de los años setenta y ochenta para afirmar la superioridad del ideal democrático y la posibilidad de un socialismo liberal. La recepción de Bobbio en México contribuyó, sin ningún género de dudas, a la crítica intelectual del régimen priísta y al arribo de nuestra germinal democracia.
Sobrio, austero, serio: Bobbio fue un profesor e intelectual alérgico a las imposturas y ademanes retóricos de un Lacan o Foucault. Por eso quizá no sea tan célebre en esta época en que abundan los charlatanes y frívolos. Fue, escribe Israel Covarrubias, “un maître à penser que hace suya la obligación por parte del profesor de preparar cada lección, cada conferencia, cada intervención, con un esmero y un compromiso profesional y ético admirables”.
Bobbio nos sigue dando una lección de claridad conceptual, moderación política, sobriedad intelectual, compromiso democrático y rigor crítico. Valores, no sé si interesantes, pero sí necesarios y que hoy brillan por su ausencia.