“El Sobreviviente”: ¿Imaginando el futuro o retratando el presente?
En 1987 se estrenó “The Running Man” de Paul Michael Glaser, una película que en su momento tuvo una recepción tibia pero que hoy ha alcanzado estatus de culto. Para quienes la vimos de chavitos (en videocasete y sin permiso de nuestros papás, claro), fue una experiencia impresionante. Schwarzenegger ya había estado en la primera “Terminator” y en “Conan el Bárbaro”; estaba a un paso de la consagración como superestrella del cine de acción. Además, la distopía extravagante que la cinta ofrecía tenía algo… adictivo.
Una vez más, aquella novela de Stephen King (que en nuestro territorio se publicó como “El fugitivo”) vuelve a la pantalla grande con una nueva y lujosa adaptación a la que se le notan los $110 millones de dólares. Las expectativas fueron altas desde el momento en que se anunció que el cineasta detrás del proyecto sería Edgar Wright, aplaudido por su “Trilogía del Cornetto”, “Baby Driver”, “El misterio de Soho” y “Scott Pilgrim”. Después de haber visto su versión de “El sobreviviente” y siendo completista de Wright, me quedo con una sensación muy clara: este filme es el más débil de su filmografía. Aun así, una película “mediana” de Wright es más interesante que el grueso de las producciones comerciales que uno puede encontrar en cartelera.
Pero empecemos por el gran, gran acierto de “El sobreviviente”: su discurso. Wright ha filmado un relato que funciona como espejo de la Unión Americana contemporánea, ese país que ha tenido arrebatos totalitarios por aquí y por allá; un país donde “el otro” es siempre el enemigo; cuyos personajes públicos danzan una coreografía de absurdos sociopolíticos; la nación de las pantomimas mediáticas; el territorio fascinado por los reality shows y los programas de concurso donde el “azar” diseñado te puede cambiar la vida. Digo, sé que esta descripción que he hecho también aplica a muchas otras realidades y gobiernos, pero “El sobreviviente” es una clara postal que hace ficción con unos Estados Unidos de cualidades distópicas y desconcertantes. Y siempre es valioso cuando la ficción nos invita a imaginarnos (o a imaginar al otro) al borde del precipicio. ¿Ese futuro imaginado es prevenible o ya estamos en caída libre?
Hay en la cinta de Wright una suerte de “guerra social” donde aquellos en el poder intentan confrontar al pueblo consigo mismo, pero donde la batalla no es entre nosotros. Es una guerra de clases producida por la inequidad y la voracidad de los poderosos, porque el bienestar se ha entendido como algo exclusivo de los de arriba. Que esto se derrame en una película de Hollywood, de gran estudio, no es frecuente.
Ambientada en un futuro no tan lejano y reconocible, “El sobreviviente” cuenta la historia de Ben Richards, un hombre de la clase trabajadora que pierde su empleo. Con su hija enferma y su esposa doblando turnos, decide ir a una televisora para participar en un programa de concursos y así ganar algo de dinero. Sin embargo, es reclutado para el show más letal de todos, donde tendrá que sobrevivir treinta días consecutivos mientras es perseguido por un equipo de “cazadores” que tiran a matar.
La película deja patente, además, algo que ya sabíamos: que Glen Powell tiene talante de superestrella. Es un action hero incontestable y sus escenas de acción son diversión total. Paradójicamente, me ha quedado también la sensación de que Powell representa la mayor debilidad del filme. Así como vende sin fallas las secuencias de acción, creo que se queda corto en los pasajes emotivos, en los instantes de dimensión más humana.
Salí del cine pensando que, ciertamente, la película necesitaba a un actor con atributos de estrella como protagonista, pero con un registro interpretativo diferente (no mejor, diferente) al de Glen. Un actor que, con una mirada o un gesto, pudiera compartirte la desesperanza del mundo que habita; un actor que sí se sintiera de la clase trabajadora, como un humano de a pie, como todos nosotros. Más cercano, más nuestro. Cuesta apropiarse de la cruzada de Powell porque siempre parece superstar.
Por otro lado, creo que la cinta deja un raro saborcito a “película de encargo”. Me queda claro el compromiso personal de Wright con el material (por eso, discursivamente, es una película con cierta carga de rebeldía y comentario social), pero pareciera que su estilo -tan característico, tan efervescente- está diluido para favorecer el diseño de un espectáculo más rotundo, más musculoso, para la taquilla. Quizás por eso la cinta fluye atropelladamente; quizás por eso tiene ese final tan accidentado, tan “nomás porque sí”, que te da lo que quieres, pero con resonancia emocional limitada.
La flamante “The Running Man” es una pieza de claroscuros, pero sus momentos de luz son suficientes e importantes. Y es que justo ahorita como que sí “andábamos necesitando” un tecnothriller distópico de acción sci‑fi sobre la inequidad, la frustración social, las narrativas diseñadas por los medios y sobre cómo tenemos -comunitariamente, colectivamente- que privilegiar el pensamiento crítico frente a lo que la tele o las redes sociales nos cuentan del mundo y de la otredad. Será una peli desordenada, pero es un desorden valioso.