La Megafarmacia y el iluminati
Me gustaría decir que la Megafarmacia es una metáfora de un Gobierno de ocurrencias. Pero no, no es una metáfora, es una espantosa realidad, una muestra de cómo se despilfarra impunemente el dinero público. Desde el momento en que al iluminado presidente López Obrador se le ocurrió la brillante idea y la escupió en una Mañanera (suponemos que la idea es suya y solo suya, pues nunca le dio crédito de semejante burrada a ningún colaborador) a la fecha se tiraron a la basura 3 mil millones de pesos. Hoy, la Megafarmacia está fuera de operación y el nuevo Gobierno ya la descartó como parte de la estrategia de distribución de medicinas. Es literalmente un elefante blanco.
En todos los Gobiernos hay obras polémicas y sobrecostos que nadie explica y de los que nadie se hace responsable. Sin embargo, no recuerdo una obra tan caprichosa, tan abiertamente criticada como una mala idea y tan inútil como la Megafarmacia del Bienestar.
Nunca surtió una receta, nunca operó ni tuvo medicinas en sus anaqueles. Si de algo es metáfora el almacén de 94 mil metros cuadrados es del vacío y el desabasto.
La política de salud de López Obrador rayó en lo criminal. Fueron principios ideológicos y no los pacientes los que estuvieron al centro y lo que definió el gasto en salud. Destruyeron el sistema de compra y distribución de medicamentos en aras de un combate a la corrupción que nunca pudieron acabar (a juzgar por los resultados podemos pensar que lo único que querían era generar un nuevo grupo de proveedores que fueran sus cuates) y dejaron a muchísimos pacientes sin medicamentos.
Cuando el agua le llegó al cuello, el presidente se sacó de la manga un gran centro de distribución y tiró aún más dinero del que ya había despilfarrado.
La Megafarmacia es quizá el ejemplo más claro de la autocracia en que se convirtió la presidencia de López Obrador. El hombre todo poderoso, al que los seguidores y colaboradores no dejaron un minuto de adular, terminó por creer que todo lo que pasaba por su cabeza era una idea genial, que él no solo representaba al pueblo, sino que el pueblo hablaba a través de él; que no había opinión técnica que importara frente a la certeza del iluminati en que estaba convertido.
En un país donde las instituciones que generaban contrapesos han sido aniquiladas y el derecho a la información conculcado, crece el riesgo de que los sucesivos presidentes y gobernadores tomen este tipo de decisiones iluminadas.
Documentar el fracaso de los iluminatis es fundamental para no repetir los errores.