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Sensaciones tras el “acuerdo en principio del TLCAN”

El día lunes, en lo que se antojó como un madruguete por parte del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para con el presidente mexicano, Enrique Peña, se anunció mediante una llamada pública que tanto México como Estados Unidos habían llegado a un entendimiento general sobre los puntos más espinosos de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio para América del Norte.

Aún al día de hoy persisten muchas dudas sobre los efectos y alcances de dicho entendimiento, en particular sobre su capacidad vinculatoria en caso de que Canadá – a quien se le ha fijado la meta de alcanzar un acuerdo antes de este viernes – decidiera no incluirse en el arreglo entre sus otros dos socios.

En estos días hemos leído diversas columnas tanto nacionales como extranjeras en las que se da cuenta de las concesiones que se hicieron una y otra parte, con el inevitable balance sobre quien se considera que ganó y quien perdió en la mesa de negociación. En esto, es destacable como existe la constante de que la mayoría de opinadores considera que las renuncias que hizo su respectivo país fueron exageradas y que fueron los otros países los que obtuvieron los mayores beneficios.

Pero habrá que apuntar algo relevante que se enseña en el Harvard Negotiation Institute: toda negociación se considerará buena o mala en función a las expectativas de la misma. Así es común que personas que están obteniendo tratos justos salgan de salas de juntas con un sabor a derrota que les impedirá ver las bondades de sus acuerdos; de la misma manera, a gente a quienes están estafando muchas veces llegará a su casa maravillada de lo bien que le fue.

El fondo de la sensación es algo absolutamente subjetivo.

Por ello, todo dependerá de las expectativas que se tuvieran sobre esa negociación. Si partimos de la idea del miedo, de la amenaza fulminante que reiteró Donald Trump, el más poderoso de los tres, desde su campaña sobre cómo es que quería denunciar el tratado y liberarse de sus obligaciones, las consecuencias para México serían terribles puesto que, en una medida muy significativa, gran parte del crecimiento económico del país se ha sostenido en los pilares del TLCAN.

Pero por otro lado se ha visto constantemente que el volátil presidente americano no logra aquello que amenaza con hacer, sea porque en realidad no lo buscaba y se decía como herramienta de negociación, o porque terceros con el suficiente poder lo frenan de echar adelante sus proyectos. Esto, suponía un acercamiento mucho más incierto a la negociación puesto que de resultar cierto lo que se consideraba un bluff, los márgenes de pérdida serían mucho mayores.

Cierto, de caer el TLCAN lo suplirían las reglas de la OMC, pero ¿qué impediría la salida de la mayor economía del mundo si ya estuviera tan pero tan encaprichado en el vuelco económico a gran escala?

Así, lo que aparentemente se logro es disipar la amenaza inmediata y no hacer demasiados cambios al texto – manteniendo la cohesión de grupo económico que tanto ha ayudado a México – pero sí dando cohetes para que Donald Trump pueda cacarear logros en sus próximas elecciones.

¿Será bueno o malo lo que se negoció? No quedará mas que decir que el tiempo será el mayor juez. En 1993 hubo múltiples manifestaciones en contra del tratado, el cual se llevó entre las piernas a muchísimas empresas, pero por otro lado impulsó igualmente una cantidad impresionante de negocios y – en mi humilde impresión – hizo que se cambiara sustancialmente la mentalidad empresarial mexicana, para bien.

Así que, al tiempo.

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