¿Qué es la sociedad abierta?
A Jorge Martínez Enríquez
En estos tiempos de xenofobia, intolerancia y odio ideológico, quizá convenga rescatar una distinción moderna fundamental: la distinción entre sociedades abiertas y cerradas. Se trata, empero, no de una verdad absoluta o de una visión única y definitiva, sino de un instrumento teórico o tipo ideal que ayuda a analizar la realidad empírica.
Las sociedades cerradas se orientan a la servidumbre. Coartan las libertades y los derechos individuales. Censuran la crítica y la diversidad moral, intelectual y política. Se basan en el dogmatismo: en un partido oficial o en una ideología, religión de Estado o caudillo providencial. Son sociedades jerárquicas, verticales y autoritarias.
No hay, así, individuos. Lo que hay es un líder y su tribu enfrentados a colectividades homogéneas enemigas (los inmigrantes, los judíos, los homosexuales, los burgueses, las élites, etc.).
Los Estados teocráticos, el fascismo italiano, el nazismo y el comunismo soviético, son ejemplos históricos de sociedades cerradas. Hoy podemos añadir los casos del socialismo del siglo XXI, los neopopulismos, tanto de izquierda como de derecha, y los libertarianismos: movimientos que dan la espalda a la civilización y añoran el retorno a la tribu.
Las sociedades abiertas, por el contrario, se asientan en la búsqueda comunitaria de la verdad, en la libertad en su acepción más amplia y en el sentimiento de humanidad. En ellas prevalece, no el “hombre-masa” de Ortega, sino un legado del cristianismo: la dignidad intrínseca de la persona humana. Es decir, prevalece el individualismo, el cual no es, como se cree vulgarmente, sinónimo de atomismo social o de egoísmo, sino de defensa y promoción de la persona frente al colectivo, del uno frente a la fuerza apabullante de los muchos.
Religioso o secular, de izquierda o de derecha, el dogmatismo engendra despotismos. Por ello el dogma es la bestia negra de la sociedad abierta, del liberal y del demócrata. También del científico; de ahí la alianza inextricable entre ciencia y libertad.
Y de ahí que la distinción entre sociedad abierta y cerrada haya sido difundida por uno de los mayores filósofos de la ciencia del siglo XX: Karl Popper (1902-1994). En 1945, el austriaco publicó La sociedad abierta y sus enemigos para “contribuir a la comprensión general del totalitarismo y de la significación que entraña la perpetua lucha contra el mismo”.
Según Popper, la sociedad abierta libera nuestras facultades críticas y recurre a los métodos racionales de la ciencia. Dicho de otro modo, el espíritu científico florece sólo en libertad, y la democracia se nutre de las verdades —provisionales siempre— de la ciencia. Una línea une, pues, a la filosofía falsacionista de la ciencia de Popper con su teoría liberal de la sociedad abierta.
Al igual que la filosofía y la ciencia, la sociedad abierta apela, no a Verdades absolutas, sino al diálogo pluralista, la crítica constante y el método de ensayo y error. La sociedad abierta cree en leyes e instituciones, no en seres providenciales ni en el culto a la personalidad carismática. He aquí el mayor defecto de los líderes mesiánicos: su supuesta infalibilidad (“el líder no se equivoca. Encarna la Verdad”). Pero si algo nos ha enseñado la empresa epistemológica moderna, que va de Bacon a Peirce, de Rorty a Hume, es que no hay creencias, instituciones ni mucho menos hombres que sean infalibles. Nadie es inmune al error.
Pragmática y falibilista, la sociedad abierta abraza el cambio, la autocrítica y el cuestionamiento constantes. Abraza asimismo la experimentación, la flexibilidad y la innovación. Su contraparte se presenta, por lo general, como utópica: definitiva, casi perfecta. La sociedad abierta se apoya en las libertades individuales, en el Estado de derecho, en la tolerancia religiosa, el gobierno democrático, la racionalidad científica, el diálogo filosófico, la igualdad universal y la inteligencia creativa: se apoya, en suma, en lo mejor de la civilización occidental.
Los nuevos enemigos de la libertad y la sociedad abierta (la desigualdad económica, los neopopulismos, la sociedad del espectáculo, los fanatismos e irracionalismos, la posverdad) se combaten por medio de la educación, la ciencia y la razonabilidad. También se combaten —no hay que olvidarlo— con empatía, solidaridad y sentimiento de humanidad.