Ideas

¡Pobre Dios!

Que sin duda estará llorando de frustración al ver cómo funciona el mundo que en un momento de ilusoria genialidad dejó en manos de los seres humanos.

Y no es para menos si en lo poco que alcanzamos a divisar vemos que todo anda de cabeza: Los americanos con Trump, los mexicanos con su transición gubernamental, los centroamericanos con su migración, los tapatíos con sus mil problemas y cada uno de nosotros con su conflicto personal.

¿Hasta cuándo tendremos claridad de mente y sensatez de corazón para llegar cada uno a caer en la cuenta de que todo lo bueno que esperamos y deseamos “también depende de mí?”

¿Hasta cuándo elevaremos nuestra mirada y nuestra voz al cielo, no para reprochar a Dios por todo lo que nos sucede sino para pedirle gracia y luz y para prometerle poner nuestro mejor esfuerzo y aportar lo que debemos en favor del bien común y no mirando nada más nuestro interés y nuestra ventaja?

En fin, algo tenemos que hacer si queremos que esto mejore y que el precioso don de la libertad, no sea un error divino, sino un privilegio humano.

Podríamos decirle cada mañana al despertar:

Dios mío, enséñame a ver y a hacer lo mejor en el presente que me regalas como un don.

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