Macabro asunto
Más allá de los desgarramientos colectivos de vestiduras por el macabro asunto (“macabrón”, diría el pariente) que desató una suerte de concurso de titulares periodísticos que parecían remitir a los estantes de una librería en que alternaran las obras de Conan Doyle con las de Agatha Christie y Edgar Allan Poe, con títulos como “El Caso de las Morgues Rodantes” y similares, el meollo del asunto -“the question”, parafraseando a Hamlet- se reduce a lo siguiente: ¿y ahora…?; ¿cuál es la moraleja de la historia…?, ¿qué se supone que debe hacerse a continuación…?
-II-
Lo más fácil es prodigar invectivas contra las autoridades de la Fiscalía General del Estado y del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF), ya no sólo por su incapacidad para esclarecer las circunstancias en que ocurren tantos crímenes y desenredar la madeja hasta identificar, detener y procesar a los culpables, sino simplemente por su falta de tacto para dar un trato digno y respetuoso a los cadáveres que llegan a su jurisdicción. Suponer que designar más peritos que investiguen y habilitar más espacios para depositar los cuerpos, reducirá la impunidad y, por ende, la incidencia delictiva, es ilusorio. No todo se resuelve ampliando -como si fuera cuestión de “enchílame otra”- las partidas presupuestales.
Más allá de los aspectos sentimentales, el asunto, en el plano pragmático, estriba en adecuar las leyes a la realidad. Si ya no es pertinente -como, según todos los indicios, no lo es- la norma que obliga al IJCF a “llevar el control de la admisión, custodia y entrega” a sus familiares de los cadáveres que se le remiten, lo adecuado, lo práctico, lo sensato, modificando la ley, es, una de dos: o implementar los protocolos -hoy por hoy inexistentes- que permitan conservar indefinidamente los cadáveres encontrados en tan lamentables circunstancias-… o seguir el ejemplo de otros estados (Michoacán y Baja California entre ellos): si en un plazo razonable -una semana, digamos-, tras la autopsia de ley, no se reclama un cuerpo, se toman muestras, fotografías y placas dentales que permitan su identificación, y, sin más trámite, se le sepulta en una fosa común, en condiciones que permitan posteriormente su eventual exhumación, nuevos estudios periciales, etcétera.
-III-
No se trata ya, pues, de extender hasta el infinito la guerra de señalamientos y diatribas que el tema ha generado, sino, simplemente, de preocuparse un poco más por el eterno descanso de los muertos… y por la salud de los vivos.