Ideas

Las absolutamente indecibles estrellas

Cosas así, como las que escribo a veces coloquialmente y con cierto sentido del humor, entre la paradoja del oficio y el azar de la vida, con una que otra moraleja como la de ‘convertir la derrota en victoria’, al tiempo que sabemos, pero no lo escribimos, que lo único que importa es estar enamorado, en un tiempo practicando la esgrima para ver hasta dónde llegábamos hasta poder dedicarme a escribir día tras día, hora tras hora, imaginando esto y aquello, tratando de encontrar la manera para que se entienda mejor y no repetir algunas palabras —mi némesis— y, de pasada, que los lectores encuentre en esos textos algo que les interese, como sucede con los sueños.

Tener un estilo de vida como el que siempre añoré, es decir, conocer mejor al ser humano, leer, escribir, estudiar y, una vez a la semana, actuar como Mentor, pues bien sabemos que la Tierra gira sin darnos cuenta, como nos pasa con el Tiempo.

Sigo descubriendo algunos fragmentos de las Elegías de Duino en la versión de Rulfo que ya he citado en otras ocasiones y encuentro que lo que dice es tan contundente y profundo que nos puede llegar al fondo del alma en eso que tanto trabajo nos cuesta expresar que tiene que ver con la existencia terrenal, sobre todo, si queremos de abarcarla con nuestras manos o con nuestros ojos ‘cada vez más henchidos, como nuestro corazón sin palabras’, y el poeta lo convierte, con su arte de magia, en algo que entendemos y se hace inolvidable como cuando vimos las estrellas recostados y pudimos sentir esto que escribió en el Duino:

Entonces, solo el sufrimiento.
Entonces, la aspereza de la vida y la larga experiencia del amor.
Entonces, nada más que lo indecible.
Pero, más tarde, bajo las estrellas,
¿qué importa? –bajo las absolutamente indecibles estrellas.

Abrumados por esa belleza mejor hacer el amor sabiendo lo que somos en medio del espacio parpadeante a millones de años luz de distancia, sin poder comprender esa magnitud, cercana al infinito, donde se encuentran ‘las indecibles estrellas’ antes de convertir ‘lo temporal en eterno’, como propone Lope de Vega o como asegura Octavio Paz en La llama doble escrita de un jalón a los 80 años de edad.

Nada más que decir.

Callar para que esto se grabe como lo hacen en esos suspiros en cerámica de stoneware para que la huella de ese momento quede impresa, sobre todo si logramos convertir lo temporal en eterno antes de volver a Rilke y leer en voz alta, como si rezáramos:

¿No es secreta astucia de este mundo sigiloso el incitar a los amantes para que todas las cosas se transfiguren en sus sentimientos? Umbral: ¿qué significa para los dos amantes desgastar levemente el umbral de su casa, más antiguo que ellos; ¿gastarlo ellos también, después de todos los que ya vinieron, y antes de los que aún vendrán?

Esto es vivir entre dos corazonadas como las que tuvo Ana Bolena antes de que rodara su cabeza por el suelo, pues, como bien sabemos, ‘todo es así, todo pasa de esta manera, todo se olvida, todo queda atrás’, como decía Fernando de Rojas y así, seguir así asociando libremente cuando nos dan ganas de tararear el último movimiento de la 1ª Sinfonía de Brahms —que la escuchamos el domingo pasado—, recordando ese otro Aimez-vous Brahms de Françoise Sagan (1959) y el tema de la película cuando enamorados recorrían las calles de París y escuchábamos la melodía del Allegro non tropo ma con brio, como son los sentimientos que, en un momento dado, percibimos antes de que termine la Sinfonía para que se cierre todo este paquete envuelto en el celofán de la nostalgia de todo lo imaginado, como si fuera otro sueño.

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