La verdad blindada
Hay ideas que no entran por la razón, sino por la rendija del miedo o del fervor.
Se deslizan como serpientes suaves por la conciencia, y cuando menos lo esperas, ya han hecho nido en el corazón.
Así actúa la propaganda política: no convence, posee.
No argumenta, enciende.
No ilumina, cautiva.
Uno cree estar pensando… pero es el eco social el que piensa por él.
Se repite una consigna como si fuera un salmo sagrado, y se rechaza todo lo que huela a desacuerdo como si fuera una herejía.
Y en ese encantamiento, la crítica se convierte en traición, la duda en pecado, el pensamiento contrario en amenaza.
Así, los fieles de un discurso ideológico -que ya no distingue entre verdad y mentira- blindan su mente como un castillo asediado.
Todo lo malo “viene de fuera”, todo lo bueno “lo logramos nosotros”.
Y si la realidad incomoda, se niega. Si las pruebas se muestran, se descartan.
La fe partidista reemplaza al pensamiento.
Y nace la ceguera voluntaria.
Leor Zmigrod, psicóloga del pensamiento político, lo ha dicho claro: cuando una ideología se vuelve identidad, se sacrifica la capacidad crítica.
Y la mente se defiende con garras, como si pensar distinto fuera una amenaza a su propia existencia.
Pero ¿qué ocurre cuando la demagogia viste traje de virtud y la doble moral se perfuma de progreso?
Surge el delirio funcional.
Una especie de esquizoidía social donde se predica una cosa y se practica otra.
Se promete el cielo, y se entrega un laberinto maloliente.
Pero el seguidor fiel no lo huele… porque ya no piensa: solo cree.
Ya no escucha: repite.
Ya no examina: se justifica.
Y entonces, querido lector, ¿será la hora de revisar el espejo ideológico que nos sostiene?
¿De preguntarnos qué tanto de lo que creemos ha sido sembrado, y no pensado por nosotros?
¿Habrá que soltar la piedra del fanatismo para volver a caminar descalzos por el suelo de la realidad?
Porque solo cuando uno se atreve a desobedecer al dogma, a desafiar la comodidad del “nosotros tenemos razón”. Se comienza a respirar aire propio.
Y en ese aire, tal vez, se descubra que no se trata de estar en lo correcto, sino de estar despierto, consciente y no envuelto en los aires huracanados que esclavizan a la mente y esconden la verdad única.